Todo buen sarao que se precie tiene que servir para cargar las pilas. Y este CONAMA lo ha conseguido. Menos mal que este fin de semana tiene un día más para repasar notas, leer, ordenar… no sólo pichis, me he venido con algo de literatura interesante y unas cuantas hojas de cuaderno llenas de garabatos.
Los primeros chutes de energía vinieron de la preparación de la mesa redonda. Alorza nos habla mucho de la importancia del conocimiento compartido en comunidades de prácticas (ahora le ha dado por la sanidad), pero hasta que no sale uno a hacer terapia de grupo, no se da cuenta de que no está solo en el mundo.
Y en este CONAMA, el primero en el que me he tenido el privilegio de elegir las actividades a las que quería asistir sin ningún tipo de limitación de horario ni presión comercial, he tenido la oportunidad de observar cosas muy curiosas.
Lo primero, un poco decepcionante, constatar la distancia abismal que separa a los que estudian o trabajan la realidad ambiental de los que toman las decisiones. El lenguaje, las formas y contenidos, de técnicos y científicos no tienen nada que ver con los de políticos y directivos. Así no creo que lleguemos muy lejos.
Siguiendo en el capítulo de las decepciones, el desprecio que hace el sector privado del papel de la Administración es una de las mayores frustraciones que me encuentro cada vez que asisto a uno sarao de estos. En algunos foros se añade el desprecio a la legislación ambiental, con lo que el ciudadano que llevo dentro se revela y vuelve impertinente, de esto hablaremos otro día.
Un impacto de realidad bastante curioso ocurrió cuando, en el debate posterior a las presentaciones de un grupo de trabajo sobre retorno, medición y memorias de sostenibilidad, una analista de renta variable dijo algo así como que los informes de RSC se los pasaba por el forro. Interesante polémica se organizó. Esa tarde en aquella sala y por los pasillos durante el resto del congreso.
Otro momento épico, hablando de responsabilidad ambiental, es el choque dialéctico entre la obligación legal de las garantías financieras, la visión del asegurador y el anhelo del operador. Ya desarrollaré esto más despacio. La idea es que el legislador pretente trasladar al mercado el coste de los daños ambientales y el mercado dice que son mucho más caros de lo que le gustaría que fuesen a las empresas que los producen.
Volviendo al tema de compartir, se ve demasiado «que los niños se acerquen a mí». No me gusta la forma en la que algunas entidades y sobre algunos temas concretos, acaparan una posición estratégica con la intención de arrastrar a otros agentes. Especialmente cuando se hace dejando fuera a los ciudadanos particulares, que son los afectados y la masa ignorada a la que no se da voz ni voto.
Otra cosa que también he comprendido (me debo estar haciendo viejo) es aquello de siente un político o un director comercial a su mesa. Ellos pagan y hay que dejarles hablar. No sólo eso. Ellos toman las decisiones y es bueno que estén allí. Seguramente no se empapen, pero igual, en algún descuido, te dejan ver por donde van.
Así que salgo optimista. Hay mucho movimiento y cosas por hacer. Parece que no nos vamos a aburrir durante los próximos años: el reto es actuar.