Como viene siendo costumbre, ayer nos juntamos para despedir el 30 de diciembre. El penúltimo día del año es ideal para hacer una serie de rituales típicos de estas fechas. La cosa empezó en «Casa Alberto«, en la madrileña Calle de las Huertas, donde Luis nos acompañó unos vermús de grifo con unos exquisitos torreznos. Reunido el rebaño la siguiente parada fue el Cortylandia. Todo sea dicho, este año notablemente mejor que en ediciones anteriores.
A continuación el tradicional bocata de calamares. En esta ocasión, la experiencia es un grado, pasamos de los bares atendidos por hombres con manos de hierro capaces de sacar de la freidora los calamares a puñados, medio crudos, y meterlos en pan del día anterior. Fuimos al mismo bar del año anterior, uno de esos donde parece que te van a meter la estocada, pero que, no se sabe si por la crisis o por la competencia, tienen precios bastante razonables y, donde va a parar, mejores bocatas.
Después toca salir corriendo a coger sitio en Sol. Los cordones policiales y la afluencia de público (este año las únicas amenazas eran meteorológicas) hacen imposible ubicarse en un sitio desde el que se pueda contemplar el reloj y escuchar las campanadas a la misma vez.
Lo dicho, aunque parezca que me quejo de estos rituales, lo paso muy bien, y no sólo en el fondo. La tradición de las 12 gominolas es la tradición de las 12 gominolas. Hay que despedir el 30 de diciembre como se merece y recibir al último día del año dándolo todo.
¡Feliz 31 de diciembre!