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Irene podría haber sido peor.

El pasado 30 de agosto, durante la involuntariamente pospuesta vuelta de mi viaje a Nueva York, leía en The Wall Street Journal el artículo de opinión «Misjudging Irene», firmado por Bret Stephens. Una interesante reflexión sobre cómo se vivió el que podía haber sido el peor huracán sobre Manhattan.

Destaca el autor del artículo algo clave para entender cualquier fenómeno meteorológico, y que con frecuencia olvidamos a la hora de hablar del tiempo: la meteorología, como el clima, están afectados por un inconmensurable número de variables, que parecen obvias en un análisis retrospectivo, pero son inherentemente impredecibles. Para Stephens sí era predecible la alarma que Irene provocaría: nadie quería otro Katrina.

La cuestión, para el periodista, es que el alarmismo y el protagonismo dado a las posibles afecciones a la ciudad de Nueva York, hicieron que no se tuviesen en cuenta otras daños posibles en otros lugares, haciendo que las consecuencias de la tormenta tropical fuesen mayores de lo esperado fuera de la ciudad. En particular, a través de su caso personal, plantea el riesgo que sufrieron él y su familia a cuenta de la evacuación: de pasar la tormenta en un piso en una ciudad que apenas sufrió una tormenta fuerte a desplazarse hasta una casa en el campo, rodeada de árboles. Siendo la caída de árboles, directamente sobre personas o sobre vehículos en movimiento, una de las principales causas de muerte durante Irene, el autor del artículo duda de la conveniencia de la evacuación y el aumento de la exposición al riesgo que supuso: ¿una maniobra para ubicar a los posibles afectados fuera del área de competencia del alcalde de Nueva York?

Finalmente, el autor reflexiona sobre Nueva York, como la capital mundial de los medios de comunicación de masas, frente a otros lugares más pobres y peor preparados para soportar los efectos de los huracanes, destacando el interés de los medios en lo que respecta a la ciudad, así como lo peliculero de una catástrofe climática en la gran urbe, a la vez que dejan de lado la información sobre otras zonas que resultaron más afectadas.

Y es que seguramente las consecuencias de Irene sobre la ciudad de Nueva York podrían haber sido peores, pero, para uno que la vivió en primera persona, lo peor de la tormenta fue una mala planificación de los servicios. Tal vez por culpa de la presión mediática, o tal vez por una deficiente gestión de la capacidad de respuesta, posiblemente por una normativa laboral que genera la necesidad de tomarse un día de vacaciones a cuenta de la tormenta. Pero si Irene paraliza dos días Nueva York, no me quiero imaginar lo que pasará cuando llegue un huracán de verdad.

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