Ayer estuvimos en el teatro. Nos invitaron a ver Historias de un karaoke, dos entradas en la primera fila. No me gusta el karaoke y no tengo muy buena experiencia con obras de teatro cuyo principal reclamo son actores televisivos, pero en la revisión constante de mis prejuicios me llevé una grata sorpresa: pasamos un buen rato y salimos del teatro más que satisfechos.
Las pocas referencias que tenía de esta obra de teatro me habían hecho descartarla, pero una invitación es una invitación, y nunca había estado en primera fila, así que agarré mis prejuicios, un paraguas, buena compañía y nos sentamos a ver teatro. Salvo los «espontáneos» que salen a cantar durante la espera hasta el inicio de la función, un tema por personaje y una canción final, no hay tanto karaoke.
Sí hay actores con muchas tablas, historias bien tramadas, personajes que no intentan encasillarnos ni nos obligan a identificarnos con ellos. Sólo personas que comparten una etapa de sus vidas, representada en una sala de karaoke.
Una función entretenida para pasar un buen rato, sin grandes pretensiones ni charlas moralinas. Sin lugar a dudas un buen regalo.