Antes de empezar, la cumbre de Durban se anunciaba como otra reunión fracasada. De un tiempo a esta parte es así, por lo que un acuerdo descafeinado que sigue aplazando los compromisos importantes ya no decepciona a nadie. De fondo el problema de siempre: comprometerse a reducir las emisiones es visto por muchos países como una amenaza al desarrollo.
La cuestión sigue siendo ¿qué modelo de desarrollo queremos? ¿Un desarrollo que cada vez mata a más personas? Con un clima cada vez más cálido, el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y ante una inminente disminución en la disponibilidad de combustibles fósiles, es tiempo de adaptarse. El clima no va a esperar que los representantes de los países entiendan la gravedad de las evidencias científicas. Los delicados equilibrios que regulan las condiciones de vida en nuestro planeta no entienden de mercados, fronteras ni compromisos internacionales.
Pero existen alternativas. Están encima de la mesa. Hemos conseguido definir el desarrollo sostenible y existen formas de aprovechar la energía solar, en sus distintas manifestaciones, para mantener una calidad de vida conseguida a través de milenios de evolución de la especie humana.
Tal vez es momento de tomar conciencia de que cada grado importa, que vivimos en un modelo que no tiene arreglo y que es hora de empezar a hacer las cosas de una forma distinta, asumiendo nuestra responsabilidad individual en lugar de esperar de brazos cruzados a que nos traigan, de la próxima reunión internacional en algún lugar remoto, una solución milagrosa que no existe.