Podría haber sido en un pueblo perdido de Soria, Burgos o Guadalajara, pero la ubicación del almacén temporal centralizado de residuos peligrosos le ha tocado a un pueblo de Cuenca. Podría haber sido una aldea de Asturias o Cantabria. Tenemos un modelo energético así de egoísta: producir energía eléctrica para favorecer actividades económicas en las grandes ciudades y externalizar el riesgo inadmisible de las instalaciones nucleares a lugares donde no hay una masa crítica suficiente como para contestar esta ubicación.
Si a la baja densidad de población le sumamos el clientelismo y el servilismo que imperan como formas de gestión, así como un modelo económico basado en el subsidio, tenemos el cóctel perfecto para pasar del debate energético a la confrontación entre pronucleares y antinucleares.
Los políticos se han encargado de dividir a las personas en dos facciones enfrentables, a ser posible a palos o, mejor todavía, a escopetazos. Y aquí estamos, haciendo el trabajo sucio: en lugar de reclamar un modelo energético que permita a cada casa generar su propia energía para autoconsumo, seguimos pagando religiosamente la factura con la que los ex presidentes del gobierno pagan sus caprichos de jubilación.
Por eso creo que no está de más acercarse el 12 de febrero a Villar de Cañas. Claro que habrá que hacer algo con los residuos radiactivos generados hasta ahora. Y con los que nos quedan por generar. Incluso es posible que estén mejor en un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, que bajo la alfombra del ministro de industria.
Pero hay que decir que no nos gusta este modelo energético, ni sus residuos, ni su dependencia o su pobreza energética: queremos energía sostenible para todos y la queremos ya.