Por lo visto, una de esas personas que ocupa un puesto de representación en el Congreso de los diputados, aprovechó su privilegiado puesto, dotado con un jugoso salario pagado por los impuestos de todos, para gritar un «qué se jodan» cuanto el presidente del gobierno anunció el recorte en las prestaciones por desempleo. No necesitábamos esta demostración de desprecio para conocer el desapego y la distancia que separan a la casta política de la población a la que, supuestamente, representan.
Lo grave del caso es que se demuestra empíricamente quién está gobernando el país y con que criterios. Por lo visto la persona en cuestión viene de una familia, como la de casi todos los representantes del arco parlamentario con independencia del color político actual, que hereda su poder por vía directa del anterior régimen político que vivió este país antes de la democracia. Pero, para más señas, esta persona es hija de un personaje cuyo principal mérito es conseguir el número premiado del sorteo de la lotería. Por cierto que, por lo visto, conseguir ese número no implica tanto la suerte como la habilidad de blanquear el dinero de pelotazos urbanísticos en la cosa mediterráneo.
Lo triste es que sigamos consintiendo que se nos insulte de esta manera. Lo llaman democracia y no lo es. Hace unos meses un miembro del gobierno lo dejó bien clarito cuando declaró que «no somos un gobierno democrático, somos un gobierno legitimado democráticamente«. Es decir, una dictadura que impone su criterio a más de cuarenta millones de personas con una representación, en forma de voto, de apenas las cuarta parte. Votos emitidos, por cierto, en un contexto tan radicalmente distinto que el programa electoral con el que llegaron al poder se lo están saltando a la torera. Si las cosas han cambiado tanto ¿no sería mejor volver a convocar elecciones y que los ciudadanos decidan quien tiene que llevar las riendas del país ante la nueva situación? O, mejor todavía, no sería lógico someter a consulta popular cada nueva medida que se va tomando sobre la marcha al calor de los indicadores de los mercados.
El caso es que estamos jodidos. Y mucho. Con la excusa de los mercados nos están recortando los derechos conquistados después de siglos de lucha. Nos venden un nuevo escenario en el que las cartas estaban repartidas de antemano para que el ciudadano de a pie únicamente pueda perder. ¿Qué nos queda? ¿Escuchar como los diputados, hijos del poder heredado de los señores feudales o los generales franquistas nos insultan a la vez que nos obligan a pagarles salarios insultantes? ¿Quedarnos sentados viendo como el dinero que pagamos vía impuestos en lugar de cubrir necesidades sanitarias y educativas va a parar impunemente a paraísos fiscales? ¿Callarnos ante la supresión del funcionariado para su sustitución por contratas privadas al servicio del gobierno de turno?
Estamos jodidos y, como siempre, no nos queda más que el sudor de nuestra frente para conseguir el pan de cada día, pero me parece lamentable que la generación más formada de la historia del país no esté a la altura de las circunstancias, que estemos acojonados ante hipotecas impagables, que sigamos agarrados a una silla que en cualquier momento estará en la puta calle, que nos conformemos con ver por la televisión la victoria de la selección nacional de fútbol con unas cervezas en la mano.
Podemos cambiar las cosas y toca hacerlo. No voy a llamar a salir a la calle, ya que al no ser hijo de político rápidamente me condenarían por un delito contra el orden público. Pero, al menos, podemos señalar con el dedo: el funcionario al político corrupto que firma contra el interés general a cambio de comisiones, el trabajador al empresario que no respeta la legislación laboral o de seguridad en el trabajo, el consumidor a la empresa que comercializa servicios con precios abusivos bajo tarifas planas con contrato de permanencia… cada uno en su ámbito, contra la pérdida de libertad que estamos sufriendo para dar gusto a esos mercados en los que, quienes toman las decisiones, son los mismos que nos insultan desde el Congreso de los Diputados.
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La foto es de un servidor, con los pertinentes arreglos de Carlos Cortés.