Hubo un tiempo en que era tan iluso que creía firmemente en la extinción de las tarjetas de visita. Hasta que en un sarao llegó Tona Pou y me sacó de mi error. Es decir, que tengo clara cual es la función de las tarjetas de visita y la necesidad de las mismas a pesar de la revolución 2.0.
Lo que no acierto a comprender es cómo puede ser que en la papelería del barrio el ofertón sean 100 aburridas tarjetas de cartulina blanca impresas por una cara con letras negras, mientras que desde Londres te envían 100 molonas minitarjetas, con tus datos por una cara y las fotos o dibujos que te dé la gana por la otra, a cambio de los gastos de envío. Unos 3 euros y medio, poco más o menos según se lleven el euro y la libra ese día.
Los tiempos son similares, desde que las encargas hasta que las puedes empezar a repartir en el primer caso pasan cuatro o cinco días laborales, mientras que en el segundo la espera se puede ir a diez días naturales.
Y alguien dirá: «pero es que las minitarjetas cuestan 14 euros más gastos de envío». Y yo le responderé, pues aprende a buscar en Internet. Cada vez que he necesitado reponer tarjetas desde que me diese de alta en moo he encontrado con ofertas interesantes para recibirlas en casa a cambio de los costes de envío. He hecho cuatro pedidos, tres de 100 mini tarjetas y uno de 50 tarjetas de tamaño convencional. En estas últimas tuve que soportar la publicidad de la empresa que hacía posible la oferta, pero, en el resto, el único coste ha sido cubrir los gastos de envío.
Sí, es cierto que no todo el mundo es tan gorrón como yo, y que la empresa de las mini tarjetas molonas tienen una amplia diversidad de productos. Pero la papelería del barrio también tiene una actividad diversificada y si quiero mis tarjetas de cartulina tengo que ir a buscarlas al establecimiento. Total que no entiendo por qué a unos les salen las cuentas y a otros no.