Quizá los calores del mes de julio y la desconexión vacacional de agosto consigan frenar la tensión política a cuenta de los escándalos que salpican a los partidos políticos y sindicatos. Quizá se nos olviden las corruptelas y el agobio por mantener el puesto de trabajo, el nivel de ingresos o la actividad económica nos mantengan entretenidos durante los próximos meses.
Pero la incómoda sensación de que estamos en un periodo en el que la democracia está secuestrada por el poder económico, con la clase política totalmente entregada al capricho de «los mercados» y los representantes de las personas (sean estas funcionarias, empleadas, autónomas o empresarias) pintan poco o muy poco (y menos sus representadas), esa sensación de impotencia no me la quita nadie. El agotamiento de remar a un ritmo que no decido y en una dirección que desconozco alimentan el lado conspiranoico.
Tengo la impresión de que estamos viviendo, en distintos ámbitos, legislaturas muertas. En mi caso particular vivo en una ciudad y una comunidad autónoma gobernadas por políticos que han llegado a su puesto por renuncia del candidato electo. Sí es cierto que eran los segundos de sus respectivas listas electorales, pero en un sistema bipartidista con listas cerradas, esto no es más que una estrategia para colocar en el Ayuntamiento o la presidencia autonómica a alguien sin el carisma para conseguir los votos necesarios pero, que por el motivo que sea, conviene al partido.
Algo similar ocurre con territorios gobernados por otros partidos. Y no es muy distinto lo que vivimos a escala estatal: elecciones adelantadas en el momento adecuado para que las medidas impopulares que empezaba a tomar el gobierno socialista (reforma de la Constitución y la legislación laboral) permitan al partido neoliberal de la oposición hacerse con la mayoría absoluta con un programa electoral que ha quedado en papel mojado.
Todo dentro del juego democrático, no admite discusión. Pero a la vista de todos está que la parte visible del poder político está en manos de personajes poco carismáticos, impopulares, con deudas pendientes con el partido o ansia de aparecer en los libros de historia. Y curiosamente, a todos ellos les toca lidiar con escándalos internos, recortes impopulares de derechos y libertades, las consecuencias de la crisis…
Me da la sensación de que a nadie le importan las legislaturas (locales, autonómicas y estatal) que estamos viviendo. Es como si estuviésemos en un periodo de transición cuidadosamente planificado, en el que, el coste político de las medidas que se están tomando, con la escusa de la reactivación económica, recaerá sobre peones puestos por los partidos a dar la cara pero de los que se puede prescindir en cualquier momento.
Lo dicho, llámenme conspiranoico, pero creo que esta legislatura, dure lo que dure, no tiene otro objetivo que acabar con un modelo que incomodaba al poder económico. El poder político sabe que tiene las horas contadas, pero sobrevive gracias al miedo de los ciudadanos que nos quedamos en casa y no hacemos nada por evitarlo. Quizá llegue hasta la próxima legislatura, quizá caiga antes, en manos de la masa enfurecida o a cuenta de un tecnócrata impuesto por «los mercados».
El caso es que esta legislatura nació muerta para silenciar la voluntad popular y evitar la participación ciudadana en los procesos de toma de decisiones. ¿Cómo será la próxima?