Siento cierto pánico ante la confianza ciega con la que nos estamos entregando al concepto «smart»: un conjunto de tecnologías destinadas a hacernos la vida más cómoda, con capacidad de recopilar una gran cantidad de información para facilitar la toma de decisiones y no sé cuantas ventajas más. De los dispositivos o edificios inteligentes a la gran revolución: la ciudad inteligente. ¡Vivan las smart cities!.
El caso es que a los ejemplos del GPS y el texto predictivo del corrector ortográfico que cita Julen en la entrada enlazada más arriba quería añadir el ascensor inteligente: esa herramienta de enfurecimiento de masas que encontramos en hospitales, hoteles, centros comerciales, edificios oficiales… Quizá individualmente cada persona es capaz de utilizar correctamente un ascensor, pero cuando se trata del uso colectivo emerge una especie de estupidez capaz de bloquear la cabina y tenernos más tiempo del deseable esperando a realizar nuestro trayecto.
El caso del hospital salió ligeramente por aquí en alguna ocasión. Si tienes hora en un momento de máxima afluencia y, por lo que sea, no vas a poder utilizar la escalera acude con tiempo. Las hordas de usuarios entrando en el ascensor cada vez que abre la puerta sin fijarse si sube o baja con la esperanza de llegar, en algún momento, a la planta donde está su consulta o la persona a la que van a visitar harán que cuando llegue a tu nivel no puedas entrar. Salvo que en una conjunción de planetas justo alguien tenga su destino en el lugar donde tú estás esperando.
Lo inteligente sería montar en el ascensor cuando va a donde vamos nosotros: cogerlo cuando está bajando si vamos al aparcamiento o montarnos cuando está subiendo si vamos a visitar a alguien cuatro plantas más arriba. Pero la estupidez colectiva hace que cada quien se monte cuando ve un hueco, con independencia de si el ascensor sube o baja, impidiendo la distribución eficaz de usuarios.
Para intentar mejorar esto existe un caso especial de ascensor bastante más inteligente: aquel en el que se selecciona el destino desde fuera. En lugar de un pulsador de llamada hay una botonera con números donde se indica la planta a la que se quiere ir. El sistema asigna una cabina que el usuario deberá tomar si quiere llegar con éxito a su destino. Quizá no sea el modelo óptimo para un mercado municipal con tres plantas de aparcamiento y dos de comercio, pero sí que es adecuado para edificios de oficinas que rondan o sobrepasan la decena de alturas. El usuario que se sube al primer ascensor que abre la puerta, sin fijarse a dónde va, queda preso hasta que sea asignado a otro usuario que acuda a la planta a la que quería ir (salvo que se le ocurra bajarse e iniciar el procedimiento).
Donde más evidente se hace la escasez de usuarios inteligentes es a la hora de hacer la compra. Da igual que sea el viejo mercado municipal o el último centro de la cadena de supermercados de moda. El personal mete el carro sin fijarse si aquello sube o baja, por lo que el que espera con la compra hecha en la última planta o el que ha aparcado en sótano sufrirán con impotencia ascensores que van y vienen llenos de gente que no se baja. La que lógicamente debería ser la última parada del ocupante del ascensor, porque no puede ir más arriba o más abajo, se convierte en una estación intermedia en un trayecto ineficiente: el egoísta que se mota cuando hay hueco impide el trayecto óptimo del resto de los usuarios, haciendo perder el tiempo a todos y aumentando el consumo energético del ascensor innecesariamente.
En cualquier caso, la situación más sangrante es la del centro comercial, ese en el que el ascensor es una alternativa a las escaleras mecánicas reservada a situaciones de necesidad, tales como sillas de ruedas, personas con movilidad reducida, carros de bebés, etc. Si al menos se respetase la prioridad lo entendería, pero muchos ejemplos de uso no dejan de ser evidencias de que por muy inteligentes que sean las tecnologías a nuestra disposición, la estupidez humana es capaz de anular cualquier beneficio que nos pudieran proporcionar ciertos adelantos.
¿Eres de los que se montan en el ascensor sin mirar confiando en que en algún momento te llevará a tu destino o te fijas si sube o baja?