Estos días siento rabia e impotencia por no tener más tiempo disponible para documentarme sobre la actualidad del ébola y escribir al respecto. Quizá la primera parte, a la vista de lo que se escucha en la radio y se lee en la red, no sería tan importante: ya que cualquier indocumentado opina sin escrúpulos o tiene un cargo político con el que tomar decisiones al respecto. Y, para que nos vamos a engañar, como he demostrado anteriormente soy muy capaz de expresarme alegremente sobre un tema en el que no estoy especialmente informado.
La cuestión es que todo lo relacionado con la gestión del virus del ébola en España huele fatal. Tanto que, en los días que corren, no me gustaría estar en el pellejo de los operarios de las plantas de depuración de aguas residuales a las que van a parar las heces de los enfermos. No hablo, ya hemos tenido escándalos al respecto, de los vertidos de hospitales o centros de investigación. Hablo de las deposiciones en el retrete de casa, que salen por la bajante general, circulan por todo el sistema municipal de desagüe y acaban en una depuradora horas antes de ser efectivamente diagnosticado enfermo de ébola. Vale, cierto es que un patógeno más, un patógeno menos, no supone una gran novedad en el tratamiento de los vertidos urbanos.
Hemos sacrificado al perro que convivía con la primera afectada por el virus ¿qué pasa con las ratas que corretean por las alcantarillas de su barrio y emergen a la superficie a comer de los restos que se acumulan alrededor de los contenedores de basura? Me dirán que el riesgo es ínfimo, pero no deja de existir ¿no fue un niño en contacto con un murciélago el paciente cero de la actual pandemia de ébola? Exagerado, querrás decir epidemia… ¿no?.
Lo que quiero decir es que ya estamos tardando en averiguar qué tal se lleva el virus de marras con los roedores urbanos, los tratamientos biológicos y los sistemas de depuración de aguas residuales urbanas. Quiero decir es que no se trata de si una señora se ha tocado o no la cara con unos guantes sucios, o si ha dado la información adecuada a su médico de cabecera. No sé si todas y cada una de las personas que han trabajado con los enfermos de ébola deberían de haber estado en observación durante los días posteriores, pero está claro que tenemos un historial médico para algo. ¿No es relevante trabajar en un entorno en el que hay un virus que no sabemos curar? ¿Qué pasa si en lugar de desarrollar los síntomas y acudir por su propio pié al hospital tiene un accidente doméstico, o de tráfico, cuando ya ha desarrollado la enfermedad? ¿Cómo le explica, mientras está inconsciente, al equipo sanitario, médicos y enfermeras de urgencias que sus fluidos corporales suponen un riesgo para el que no están preparados?
Estoy diciendo que los que negaron el riesgo han demostrado que no merecen cobrar ni un duro más de dinero público, sigan o no en el cargo que han demostrado que no está capacitados para ocupar. Y que quizá habría que trasladar el coste de sus decisiones a quienes les pusieron a tomarlas. Digo que los que están trasladando «la culpa» a la víctima están demostrando que no están capacitados para asumir responsabilidades y que están tardando en sustituirlos por otras personas, a ser posible, menos incompetentes que el virus ébola.
Espero encontrar el tiempo necesario para escribir algo más reflexionado sobre la materia, pero tengo la úlcera dando guerra y necesitaba vomitar esto. Que sepa, de momento, no soy portador de ningún virus especialmente peligroso pero, por si acaso, no olviden lavarse las manos.
PD: en medio del shock no quería dejar pasar el comentario de Iñaki Gabilondo sobre la disyuntiva obscena. Escuchen, escuchen.