Pasé parte de la fría y lluviosa tarde de ayer visitando BioCultura. Lo primero que llama la atención al entrar en el pabellón 9 de IFEMA es que los pasillos de la exposición no tienen moqueta. No es la primera vez que encuentro esta interesante forma de reducir el impacto de una feria, pero no deja de sorprenderme que no esté más implantada.
La cita es una oportunidad de ponerse al día de la oferta de productos, especialmente alimentos, ecológicos. Cada vez ocupan más expositores y, quizá por eso, no es extraño ver que una gran cantidad de visitantes acuden a BioCultura con el carro de la compra.
Como no podía ser de otra manera, es una oportunidad para reencontrarse con amigos. Entre otros, tuve la oportunidad de pasar un rato agradable con Javier Cejudo y comprobar que aquel proyecto recién nacido hace un par de años crece saludablemente.
Lo que empezó siendo una alternativa sostenible al precio desorbitado de la vivienda y la especulación inmobiliaria se ha convertido en una realidad para el turismo rural, entre otras muchas aplicaciones en función de las necesidades de cada cual.
En BioCultura podemos ver una maqueta, conocer de cerca las posibilidades de esta estructura de la mano de sus creadores y comprobar que las nuevas generaciones se interesan por la vivienda que permitirá satisfacer sus necesidades sin comprometer su futuro.
Si no tenías planes para el fin de semana ya sabes, déjate caer por BioCultura y acércate a conocer porqué el Xiglú no es una casa de madera más.