Creo que es de justicia agradecer al hijo de Carolina Bescansa lo que ha hecho por todos los españoles. En un país donde el Congreso de los Diputados tiene guardería a disposición de las personas que allí trabajan, en el que sus señorías entran y salen constantemente (cuando acuden) del hemiciclo… esta criatura de siete meses se ha tragado la sesión como uno más: durmiendo, comiendo, protestando, mirando para otro lado. Creo que sólo le ha faltado leer el periódico y echar una partida en el algún dispositivo electrónico.
Fuera de la anécdota, los chascarrillos y las pataletas que pueda estar ocasionando la peculiar estampa, ha conseguido que por un rato el teatro post electoral ceda unas líneas y unos minutos de la actualidad informativa a un problema al que los políticos deberían estar dedicados en cuerpo y alma: la conciliación de la vida laboral y familiar. Del desarrollo personal y la carrera profesional.
Quizá muchas madres y padres en un momento vital similar se puedan sentir ofendidos: la situación privilegiada de la diputada no tiene nada que ver con los malabarismos que a diario tienen que hacer cientos de familias jugando con horarios, abuelos, guarderías, niñeras, actividades extraescolares… ingresos escasos y situaciones laborales precarias. Quizá resulte una burla para los miles de madres que sí o sí tienen que renunciar a una carrera profesional, son discriminadas en el mercado laboral o no pueden defender unos derechos mínimos que se suponen a cualquier trabajador.
Pero, y eso es importante, el niño de Bescansa ha permitido que hoy y mañana, en un tono más o menos serio, con un enfoque más o menos politizado, desde una posición más o menos visceral, muchas personas hablen sobre la forma en la que se están organizando para compatibilizar su forma de generar ingresos con su vida familiar.
Que cientos de trabajadores y trabajadoras dediquen un momento a pensar sobre las renuncias que exige su desarrollo profesional o los motivos que les llevan a decidir formar o no una familia, tener descendencia… quizá peco de ingenuo y lo único que se ha conseguido es radicalizar más posturas enfrentadas e irreconciliables en función del color de la camisa que llevaba el abuelo en la guerra. O quizá ayude a sentar a abuelas y nietas a conversar sobre lactancia. Tal vez un poco de todo.
Quizá ha servido para restar protagonismo a las conversaciones, que también las habrá, sobre movilidad sostenible a cuenta de la revisión, a las puertas del congreso, de las bicicletas de los verdes que empiezan a ocupar un espacio entre los representantes de los españoles.
Lo que espero y deseo es que nada de esto se quede en un gesto. Que el señor de la coleta, el de las gafitas con cara de crío y la madre de la criatura sean capaces de tomarse en serio el sitio donde están. Que al final de la legislatura no dejen un escaño frío. Que lo caliente, lo suden y lo desgasten trabajando para que todos los entornos laborales tengan la posibilidad de atender a las hijas y los hijos de los trabajadores.
Que las empresas no tengan la posibilidad de ofrecer sueldos y contratos disuasorios a las mujeres que se plantean la maternidad. Que, en un país con tanta necesidad de incorporar personal al mercado laboral, se de la oportunidad de compartir jornadas laborales durante los periodos de preparación a la maternidad y la paternidad, de modo que las personas que van a causar baja puedan contribuir a formar a las personas que las van a sustituir. Y a ser posible generando escenarios que permitan reincorporaciones poco traumáticas -para los progenitores, la descendencia y el precariado-.
Que no se olviden de las abuelas que pusieron un techo de cristal a su carrera profesional cuando hicieron valer sus derechos laborales. Los mismos que las tuvieron aprisionadas contra ese límite décadas de carrera laboral que ahora interrumpen, sin llegar a la jubilación, para seguir siendo madres y poder ejercer de abuelas. Que busquen formas de que la sociedad pueda poner en valor su sabiduría y experiencia, tanto en el ámbito laboral como en el familiar.
Sí, no me queda más que darle las gracias al niño de Bescansa por su sacrificio: eso de aguantar las carantoñas del «jefe» de mamá sí que tiene mérito. También porque el gesto de hoy le pone en el punto de mira de toda una generación que, todavía no es consciente de ello, pero dentro de un par de décadas querrá compatibilizar maternidad y carrera profesional. Estarán en situación de decir si el voto de nulo que hoy ha recibido es un chiste de mal gusto o una apuesta por ellas y ellos. Disfruta de tu situación de privilegio, pero no descuides la responsabilidad que implica.
Por cierto, no hablo de ello porque entiendo que el aparcabicis -para Uralde, los suyos y los muchos diputados que se irán aficionando al ciclismo urbano- llegará antes que la reforma laboral que necesitamos para salir de la crisis social que vivimos en España.
PD: igual no tiene mucho que ver pero aprovecho para colar aquí un enlace a este interesante informe sobre el tratamiento de la infancia (vulnerable) en los medios de comunicación.
(las fotos de esta entrada están enlazadas a sus lugares de origen donde no he encontrado información sobre los autores)
2 respuestas a «Gracias al niño de Bescansa»
Totalmente de acuerdo, para mí ha sido un gesto reivindicativo y también espero que no se quede en un gesto y busquen avanzar en conciliación real. Puntualizar que el techo de cristal no solo era de nuestras abuelas, sigue, por desgracia siendo realidad aunque con ligeras mejoras.
El verdadero escándalo se pasó por alto: el voto del diputado corrupto (¿la corrupción forma parte del ADN parlamentario y lo bebes no?), espero que no nos habituemos nunca a ese tipo de comportamientos y si a hablar de la conciliación.
La reivindicación de la movilidad en bicicleta es sin duda un avance importante de sus señorías, por fin la sociedad española se ve representada.
Muchas gracias por tu visita y comentario, a ver si es verdad y evolucionan las cosas a mejor en todos los ámbitos.