Quizá la primera vez que ví un pie atravesado por un hierro oxidado era demasiado pronto. En el pueblo, buscando una pelota con Pedrito en el rastrojo de detrás del frontón. Un desafortunado accidente adolescente que me llevó a saber apreciar, años después, la importancia de una buena suela para evitar sustos.
Recuerdo con más cariño mi segunda visita a una fábrica (la primera ya os la contaré otro día). El colegio nos llevó a la instalación donde se producía un popular refresco de cola, que muchos de mis compañeros probaron allí por primera vez en su vida. Un paseo guiado en el que vimos por un ventanal cómo se embotellaba el producto y poco más. El grueso de la experiencia transcurría en una sala, con refresco a discreción, patatas fritas y proyecciones de anuncios de la marca.
Durante mi formación universitaria tuve la suerte de visitar varias instalaciones industriales, bien en relación a su gestión ambiental, bien con la excusa de conocer procesos de producción y tratamiento de residuos, el procesado y envasado de productos agrícolas… casi todas de la mando de Pedro Pérez del Campo o Ramón Bienes Allas.
Con algo más de experiencia y sentido crítico que en las excursiones escolares, solías salir convencido -por el personal encargado de ello en la empresa- de lo bien que se hacían las cosas. No cursé micología aplicada, pero sí era famosa la visita al proceso de fermentación de cebada, de la que todo el mundo salía encantado después de una oportuna degustación de cervezas. ¿Qué habéis visto en la fábrica? «Unas tapitas muy ricas para compañar la bebida».
Poco tiempo después empecé a visitar empresas como consultor ambiental. De la visita turístico – comercial pasamos a los trapos sucios. Ese almacenamiento de residuos peligrosos donde no se podía entrar sin casco y chaleco, esa línea de producción de acceso restringido a la que hay que acudir provisto de equipos varios de protección individual (EPIs) -como protección auditiva que impide escuchar ninguna excusa sobre lo que estás viendo a través del plástico de las gafas de seguridad-. Incluso algún proceso cuya vista requiere dejar todas tus pertenencias, incluida la ropa interior, darte una ducha y vestirte con el mono y el calzado especialmente preparado para la ocasión.
Así pues, cuando me invitan a visitar una instalación, como bloguero, como docente… lo que sea, y te dicen que no hace falta ir vestido de un modo especial o contar con EPIs concretos me mosqueo. Tengo mi calzado de seguridad en el maletero, es un complemento indispensable para cualquier consultor o auditor que se precie. Quizá tu cliente se pasee en chanclas por su instalación, pero sabes que si no vas preparado es la excusa perfecta para perderte lo más interesante: aquí es mejor que no entres con ese calzado, tu corbata podría engancharse en una de esas máquinas y después va la cabeza, no tenemos un mono de tu talla…
Y si llegas a una planta de gestión de residuos, para la que -previa prudente consulta- te han dicho que no hace falta llevar calzado de seguridad, y te encuentras un cartel como el que ilustra esta entrada… sabes que te vas a perder lo mejor.
Te llevarán a dar un paseo por la “zona limpia” (quizá especialmente acondicionada para la ocasión), pero nadie en su sano juicio te meterá en alguna parte donde puedas sufrir un riesgo asociado a unos equipos de protección que no te han obligado a ponerte. Te han enseñado lo que les convenía que vieras y te lo han explicado como les ha venido bien. Tal vez te has perdido lo más relevante del proceso, pero, total, no merece la pena correr el riesgo: lo que querían que contases al mundo, lo que habían previsto grabar en tu mente de consumidor, ya lo has visto.
Para ir a tomar refrescos de cola y ver anuncios en una cómoda sala de reuniones no hace falta ir a la fábrica, lo podemos hacer en cualquier bar. Y precisamente por eso no me gusta llevar a mis alumnos a perder media jornada en un acto promocional que no les va a enseñar nada que no pueda explicarse en un aula –con la diferencia de que en el aula se puede debatir libremente y en la instalación la reflexión está guiada por los intereses del anfitrión-.
Pero no te preocupes, si hay algo que merece la pena ver llevo mi calzado de seguridad en el maletero, dame un mi nuto y enseguida estoy contigo otra vez ¿me invitas a echar un vistazo en tu fábrica?
Una respuesta a «Sin botas no hay diversión.»
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