Lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a llenar las portadas de los medios de comunicación. Es Greta Thunberg y está consiguiendo que nos fijemos en la conferencia de las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Porque COP25 significa la reunión número 25 desde que en 1994 entrase en vigor la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), adoptada en 1992. Y el debate empezó antes, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano celebrada en Estocolmo en 1972.
Vamos para 50 años de reuniones internacionales al más alto nivel dando vueltas al problema: el modelo de producción y consumo es insostenible. Y empezó a serlo antes de que la mayoría de las personas que leamos esto hubiésemos nacido. Y lo sigue siendo después de que algunos de los ponentes de las cumbres sobre el clima dejasen de estar con nosotros.
La ciencia nos avisa. Los seres humanos emitimos cada vez más gases de efecto invernadero. La concentración de estos gases en la atmósfera de nuestro planeta sigue aumentando. Las temperaturas del planeta son cada vez más altas y las masas de hielo están desapareciendo. Todo ello es una bomba de relojería que nos está explotando de forma visible y evidente: conflictos vinculados a recursos cada vez más limitados, migraciones que se pueden relacionar con los efectos de la escasez de agua en determinados territorios, problemas de salud agravados por las sinergias entre contaminación y calor, proliferación de especies exóticas invasoras que amenazan cultivos básicos para la alimentación y a otros recursos naturales…
El panorama es desolador. Sí que lo es. Y por eso no podemos quedarnos paralizados ante la evidencia de una emergencia climática. Necesitamos una respuesta contundente de los responsables políticos. Basar la toma de decisiones en la magnitud del desafío que estamos afrontando como especie a nivel planetario. La buena noticia es que ya ocurrió antes. Cuando, en la década de 1980 se detectó una amenaza que podía acabar con la vida en el planeta: el adelgazamiento de la capa de ozono.
En 1985 contábamos con evidencias científicas sobre el agotamiento de la capa de ozono y sus posibles repercusiones, argumentos suficientes para poner acordar la Convención de Viena para la Protección de la Capa de Ozono y firmar en 1987 el Protocolo de Montreal sobre las Sustancias Agotadoras de la Capa de Ozono, que entró en vigor en 1989. No fueron instrumentos perfectos, pero se han ido mejorando hasta el punto que, a día de hoy, somos más que optimistas en relación al futuro de esta capa protectora de la vida en nuestro planeta Tierra.
Pero con las emisiones de efecto invernadero nos está costando más. Tanto que ha tenido que venir Greta Thunberg a recordarnos que no se está haciendo todo lo posible. Que el tiempo pasa y, sobre todo, que la evidencia científica está pidiendo una acción climática que no ocurre tan rápido como debería. En 25 COPs se han ido dando pasos, y se ha ido fijando hitos que van marcando la agenda global. Pero las emisiones siguen en aumento y la concentración de gases de efecto invernadero no para de crecer.
Del entusiasmo de 1992, en 25 COPs hemos pasado al desánimo y la frustración. Decepción y fracaso son dos palabras que han acompañado, cada vez más, a las últimas reuniones sobre el clima. En particular aquella de París, que a muchos se nos quedó corta. Y es que cada vez se ha hecho más evidente el papel de los grupos de presión que impiden avanzar en las soluciones al problema que causan las emisiones de efecto invernadero. Como resultado una creciente desafección: pérdida de interés sobre la capacidad de llegar a compromisos relevantes. Las COP se estaban convirtiendo en un circo itinerante. Un sarao periódico, una excusa para viajar y una forma de relacionarse a cierto nivel… pero un proceso en el que nadie esperaba nada de nadie. Un sarao al servicio de las grandes corporaciones y los negacionistas, que consiguen lavar su imagen y ningunear la importancia de frenar las emisiones de efecto infernadero.
Así, paralizados por el catastrofismo y decepcionados por la falta de compromiso de los responsables políticos, nos ha cogido Greta Thunberg. Ha venido a avisarnos de lo que nos estaba diciendo la ciencia. Y ese es su discurso: escuchen a los científicos cuando se sientan a tomar decisiones. Su principal logro es conseguir que mucha gente vuelva a interesarse por estas reuniones de alto nivel y lo que pasa en ellas. Y eso es bueno.
El éxito de Greta Thunberg ha sido movilizar a su generación a escala global. Ha despertado una conciencia de especie. Y apela a que quienes toman las decisiones tengan en cuenta a quienes sufren las consecuencias de esas decisiones.
Y eso molesta mucho. Molesta a los grupos de presión que habían conseguido esa desafección por las cuestiones climáticas. Los que llevan un par de décadas desinflando los resultados de las COPs han visto que una masa crítica de la sociedad ha vuelto a poner el foco en estos encuentros de alto nivel. Que toda una generación, la que próximamente entrará a formar parte de las discusiones y los procesos de toma de decisiones, ha tomado conciencia de la magnitud del problema y la necesidad de abordarlo con medidas ambiciosas.
Así tenemos toda la maquinaria cargando contra Greta Thunberg. Intentando cuestionar a la persona y al personaje. Porque su discurso y mensaje resultan incuestionables. Pretenden ridiculizar sus gestos. Gestos con los que evidencia lo insostenible de nuestra forma de vida. ¿Quién quiere ir al colegio cuando las emisiones de efecto invernadero amenazan la forma de vida que se enseña en ese colegio? ¿Podríamos hacer encuentros anuales sobre cambio climático si las decenas de miles de personas que se movilizan en esos encuentros tendrían que viajar de forma sostenible? ¿Quién quiere un coche eléctrico si la extracción de las materias primas para fabricarlo se realiza de modo social, ambiental y económicamente insostenible?
No. No se trata de poner a todo el mundo a viajar en barco de vela, se trata de concienciar sobre el impacto del viaje en avión. No. No se pide a todas las niñas y niños del planeta que abandonen la escuela. Se trata de que sean conscientes de que el nivel actual de emisiones de efecto invernadero compromete su futuro. Y que ese futuro está en su mano, no pueden delegarlo en señores con intereses a corto plazo.
El problema no es Greta Thunberg. El problema son las emisiones de efecto invernadero. Ella simplemente ha ayudado a los medios de comunicación a centrar el foco. Sí, algunos se quedan mirando al dedo que señala, o se entretienen matando al mensajero… no es más que otra evidencia de la capacidad de los más contaminantes para poner palos en las ruedas.
Corresponde a las personas asumir el reto que tenemos por delante y ponernos a trabajar, cada cual en el ámbito de sus responsabilidades, para reducir esas emisiones de efecto invernadero y seguir el camino que nos indica la ciencia para adaptarnos y mitigar las causas de un cambio climático que ya se está manifestando y no va a dejar de hacerlo en las próximas décadas.
La magnitud del cambio y sus efectos dependerán de los compromisos a los que se lleguen en esta COP25 y en las siguientes, por lo que tenemos que seguir vigilantes, no bajar la guarida y pedirle a nuestros representantes que se pongan al lado de las personas, que dejen de hacerle el juego a las corporaciones con intereses a corto plazo y miren por el futuro. El nuestro, el de nuestros hijos y el de los hijos de nuestros hijos. De los 8.500 millones de personas que podrían habitar el planeta en 2030, los 9.700 millones que seremos en 2050 y 11.200 millones previstos para 2100.
4 respuestas a «Greta Thunberg no es el problema.»
Es evidente que esta chica ha cogido con el paso cambiado a mucha gente. Bienvenida sea si consigue que los dirigentes no se vayan de rositas y de paso que la ciudadanía de a pie se movilice. Sí, bienvenida sea si lo conseguimos 🙂
A mayor densidad de población, mayor será el problema.
El futuro será muy grave, la mayoría de la población no renunciará a las tecnologías y si queremos un mundo más limpio, tendremos que retroceder 500 años y así podríamos llegar al número de habitantes que se estima.
No veo otra solución.
Gracias Alberto!!!
Por fin un poco de cordura sobre la polemica y encarnizamiento absurdo que se ha generado hacia Greta.
El que no ve donde radica el verdadero problema y cuales son los pasos a seguir es porque no quiere. En vez de gastar energias en el por qué y el cómo esta adolescente ha logrado captar la atención que se necesita, dinamitandola sin piedad, pongámonos manos a la obra que falta nos hace.
Un abrazo!
Es increíble, molesto y hasta deprimente la forma en la que en redes y medios han arremetido contra Greta. Daría para un estudio sociológico, desde los que insultan desde la más tremenda ignorancia, hasta los que se apiadan de la pobre niña por ser supuestamente explotada por los padres. Personas que hablan de intereses ocultos tras la estela mediática de Greta. Intereses ocultos en los que dicen estar implicadas empresas que abogan por un mundo más verde y descarbonizado. Válgame dios la osadía !!! Y lo presentan como si el ofrecer alternativas más sostenibles estuvieran cometiendo el mayor delito. Alguien ha conseguido poner el foco en lo que necesitamos como especie: que se haga mucho y ya por preservar unas condiciones sostenibles para la humanidad. Bendita Greta !!!!