Descubrí a Jeremy Rifkin entre artículos del blog de Julen y entrevistas como la que se publicó en aquella revista trimestral de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente “Agenda Viva”. Aquella visión de la capacidad de las energías renovables e Internet para revolucionar nuestra forma de vida me tenía fascinado.
“Cuando confluyen las revoluciones en el ámbito de las comunicaciones y de la energía, todo cambia, incluido el pensamiento de los seres humanos”
Lástima que poco después pinchase la burbuja financiera del ladrillo, se aprobase el impuesto al sol y los pueblos donde había pensado que podría asentarme como un teletrabajador rural, como también predicaba por aquella época Benigno Varillas, seguían sin tener una conexión viable a la red de redes. Varias semanas al año ni siquiera disponían de telefonía convencional (algo que, por otra parte, a día de hoy sigue ocurriendo)
La vida me fue llevando por otros derroteros, pero las lecturas de Varillas y Rifkin siguen siendo una importante fuente de inspiración, sobre la que construyo algunas de las ilusiones utópicas que me mantienen en movimiento día a día.
Así, cuando recibí una invitación, por parte de la editorial, para asistir a una presentación con motivo del lanzamiento de su libro “El Green New Deal Global”, acompañada de un ejemplar del libro, me faltó tiempo para confirmar mi asistencia. Me hubiese gustado acudir con el texto leído, pero no me dio tiempo. Volé por el índice y devoré algunos de los capítulos que más me llamaban la atención.
Las preguntas se apelotonaban en mi cabeza, no era consciente de que la emoción de tener delante a Rifkin me impediría articularlas de una forma coherente. Pero… ocurrió. Tuve la oportunidad de escucharle en directo, desarrollando algunas de las ideas que sí me había dado tiempo a leer y sobre las que tuve la oportunidad de preguntar.
Después de aquel chute de energía, a cuenta de una visión optimista de un posible camino para afrontar uno de los desafíos más grandes a los que nos enfrentamos como especie, el libro ha paseado mucho conmigo. Un final de año complicado, el tiempo que he dedicado a escribir mi propio libro, alguna otra lectura que se cruzó por medio. Eso sí, no ha sido consecutivo, pero finalmente he podido dedicar a cada capítulo el tiempo que merece.
Rifkin nos avisa de que “cómo nos adaptemos a la nueva realidad planetaria que se presenta ante nosotros determinará nuestro destino futuro como especie”. “Vivir de los depósitos de combustibles fósiles del Carbonífero durante más de dos siglos nos ha dado la falsa sensación de un futuro ilimitado donde todo era posible a un precio muy bajo”, sin entender el precio de la factura de entropía que tendríamos que pagar.
El autor alerta de que “el temor al cambio climático es muy real; las condiciones de la vida en la Tierra se deteriorarán en el futuro más allá de lo que somos capaces de imaginar”, “los cambios en el clima se han convertido en la nueva anormalidad”.
Pero ante este escenario desolador, que amenaza la continuidad de nuestra civilización y la supervivencia de nuestra propia especie, el sociólogo aporta evidencias para el optimismo y una hoja de ruta, avalada por la experiencia acumulada en la historia de la humanidad, que da lugar a la esperanza.
Aborda la cuestión de los activos obsoletos de los combustibles fósiles, argumentando que la economía basada en el carbón está en crisis, no sólo por las consecuencias sobre el clima, también por el auge de tecnologías renovables cada vez más competitivas. Tanto los riesgos financieros como los costes de oportunidad parecen ser motores suficientes para conseguir resultados en materia de reducción de emisiones de efecto invernadero, incluso en aquellas economías cuyos políticos no parecen estar por la labor.
A pesar del enfoque optimista plantea plazos breves, como el riesgo del colapso de la civilización de los combustibles fósiles para 2028 ¿Podemos evitarlo? Rifkin plantea la necesidad de invertir en infraestructuras que apoyen un esquema distribuido de producción y consumo de energía, apoyada en una plataforma del internet de las cosas, donde el big data y la inteligencia artificial serían aliados para optimizar y mejorar la productividad.
Plantea que la inversión necesaria para la revolución verde que describe saldría de los fondos de pensiones y otros inversores en busca de inversiones sostenibles económica, social y ambientalmente, huyendo de los riesgos que implican los activos obsoletos de los combustibles fósiles. Esta capacidad de inversión se vería potenciada por modelos de negocio basados en servicios, como los que ofrecen actualmente las empresas de servicios energéticos, que asumen los costes de inversión en los que debería incurrir el usuario participando, hasta que se cubren esa inversión inicial y el margen de beneficio estipulado, de los beneficios que este consigue mediante la implantación de medidas de ahorro y autoconsumo energético.
Para ilustrar su hoja de ruta Rifkin compara la Tercera Revolución Industrial con las anteriores, haciendo paralelismos en los plazos, el capital invertido, las consecuencias en la organización social de las infraestructuras desplegadas en cada proceso de cambio… de un modo en el que apoya su enfoque optimista y anima a hacer posible el Green New Deal, al que llama así por su similitud con los planes de inversión para la recuperación tras la Segunda Guerra Mundial.
La propuesta no es sólo una cuestión de inversión económica o aplicación de tecnología. Requeriría cambios sociales, tanto en la forma de participación en los procesos de decisiones, con más peso de la escala local y de procesos asamblearios, pero también tiene que ver con cambiar la forma en la que nos relacionamos con proveedores de servicios que, actualmente acaparan elementos clave como el acceso a Internet y las telecomunicaciones. Y sobre la capacidad de percibirnos como una única especie con un mismo destino global.
El planteamiento me parece muy interesante. Me lo parecía cuando empecé a leerlo a finales de 2019 y me lo sigue pareciendo a mediados de mayo de 2020. Quizá peque de un optimismo tecnológico y sociológico difíciles de encontrar en la realidad actual. Tal vez le falta hablar de cómo distribuimos el poder que está tan concentrado en unas pocas manos. O de la necesidad de aprender a hacer menos con menos: ese decrecimiento que antes o después tendremos que transitar.
En cualquier caso es una lectura clave. La situación que vivimos va a requerir de un importante esfuerzo colectivo de recuperación. Enfocarlo con criterio, hacia un modelo más sostenible, va a ser determinante para aprovechar la última oportunidad que tiene nuestra especie para evitar el colapso a cuenta del modelo actual de producción y consumo. Si no cambiamos eso ahora de forma controlada quizá no podamos hacerlo nunca.