Hace unos años alguien me dijo que el principal problema de España es que la televisión había llegado al país antes de que la población aprendiese a leer. Cada día estoy más de acuerdo con esa apreciación. No es un problema de analfabetismo, afortunadamente la inmensa mayoría de la población es capaz de juntar las letras de un texto en palabras y frases. La cuestión es un poco más profunda.
Leer exige un tipo de atención y una dedicación, requiere un esfuerzo individual, que muchas personas deciden no asumir. No sé muy bien cuando empieza, pero se hace evidente en las primeras etapas de la vida escolar. Me pasó a mí y le pasa a mis hijos: hay un impulso a quitarse las tareas sin leer.
Hacer los deberes del colegio sin pararse mucho en los enunciados y nada en la teoría del libro. ¿Matemáticas? Eso no se lee, es solo hacer ejercicios. Y vamos avanzando por el sistema educativo sin parar en conceptos clave. Y sin adquirir una competencia lectora que nos permita contrastar la información o desarrollar un espíritu mínimamente crítico con los contenidos que se nos ofrecen desde distintos frentes.
Ya no es un problema de televisión. De un presentador o un programa que puedes apagar en cualquier momento. Va en el móvil contigo, a todas partes. Está en el diseño mismo de esas aplicaciones que han venido a definir e imponer modelos de relaciones. No leas, comparte memes que se puedan viralizar.
Y se viraliza la ignorancia. En distintos momentos lo hemos ido blanqueando. Primero fue con la palabra magufadas, etiquetando de magufos a aquellos que creen o comparten información que contradice la evidencia científica. Un término muy gracioso y despectivo que sirvió para tomar posiciones.
Los magufos son más. Muchos más. Salvo que tengas mucho tiempo para documentarte en todos los ámbitos del creciente y cambiante conocimiento que atesora la humanidad, lo normal es que tú también seas magufo en algún ámbito. Y que te sientas insultado si alguien desde una superioridad moral desprecia tus argumentos, esos que te parecen perfectamente válidos, sin la oportunidad de refutarlos. Sin capacidad para contrastar información lo fácil es entrar en conflicto, defendiendo una postura desde el desconocimiento. Desde la ignorancia.
La pandemia ha hecho más evidente que nunca el atrevimiento de la ignorancia. Y ha encontrado en el negacionismo el aliado perfecto para extenderse y tomar posiciones. En vez de plantearse dudas y buscar explicaciones el ignorante puede acomodarse y hacer gala de su falta de conocimiento.
La ciencia lo explica hablando de sesgos cognitivos, pertenencia a grupos, algo relacionado con la dopamina, impulsos primarios y otras cuestiones relacionadas con el comportamiento humano. Pero en algún punto hay una parte de ignorancia. Incluso de ignorancia ignorada. Esta la podríamos perdonar, pero hay otra que se asume y se acepta.
Las herramientas sociales de Internet, que han llegado a convertirse en el principal mecanismo de socialización de una parte importante de nuestra sociedad, son el aliado perfecto. Unos años atrás el ignorante tendía a ser prudente y quedarse sus teorías para sí mismo, a riesgo de aparecer como un bicho raro señalado por su falta de conocimiento. Ahora puede conseguir mucha atención. Y rentabilizarla en términos monetarios.
Quizá nadie pague por escuchar burradas, pero la visibilidad conseguida gracias a la velocidad de propagación y la tasa de interacción que generan esas burradas resulta muy atractiva para todo tipo de anunciantes. En vez de poner filtros y limitar la propagación de falsas noticias y desinformación, nuestras “redes sociales” las fomentan y los usuarios, desde lo más irracional de su ser, consiguen dar a bulos y mentiras más relevancia que al propio conocimiento.
Y así tenemos argumentando sobre la conveniencia o no de utilizar mascarillas a personas que tienen problemas para reconocer los órdenes de magnitud que separan las moléculas gaseosas de la atmósfera y los virus. Disertando sobre las consecuencias para la salud mental de las restricciones a la hostelería a alcohólicos gin tonic en mano. Sobre las políticas de contención a gente que no es capaz de entender la magnitud global de una pandemia. Opinando sobre las consecuencias de las emisiones de efecto invernadero a individuos que no se han parado a pensar en la diferencia entre el clima y el tiempo meteorológico o que carecen de nociones básicas de química atmosférica.
Lo triste es que, en muchos casos, no se trata de un conocimiento alternativo basado en evidencias más o menos cuestionables. Estamos ante una ignorancia que se podría solucionar con una mínima capacidad de lectura. Posturas rebatibles con los contenidos de un libro de primaria. Pero el problema es que la mayoría de la población no sabe leer. Pueden juntar letras, pero entender e interpretar las palabras es un esfuerzo para el que no nos estamos capacitando.
Nos hemos empeñado en entregar el sistema educativo y toda la formación posterior a la ignorancia, buscando la atención primaria del individuo con chucherías visuales. Y no estamos atacando el problema de fondo. Aprender es un acto individual. Ninguna aplicación móvil, ningún dispositivo tecnológico, ninguna presentación vistosa puede hacerlo por ti. Sí, puedes hacer una foto a la diapositiva que estoy proyectando durante mi charla, subirla a Internet y compartirla en tus redes sociales ¿Va a quedar algo del contenido en tu cerebro? ¿Estás dando a esa información la oportunidad de interactuar con tus neuronas? ¿Seleccionas ese contenido porque te aporta algo nuevo, porque reafirma tus planteamientos previos o porque esperas muchos «me gusta»?
Lo bueno del negacionismo es que permite reafirmarse en la ignorancia. No solo no requiere un esfuerzo, también reconforta. Permite acomodarse entre ignorantes que no van a cuestionar tus planteamientos y te van a hacer sentir bien en tu postura. El empuje hacia el conocimiento pierde fuerza ante los brazos acogedores del negacionismo. Aceptar el desconocimiento como una opción en la que se puede uno instalar anima a dejarse llevar. La ignorancia se presenta cada vez más seductora frente al esfuerzo del aprendizaje.
Frente a la inquietud que genera saber que somos los causantes de grandes daños al planeta que habitamos, comprometiendo la calidad de vida y las opciones de subsistencia de nuestra propia especie, el negacionismo climático permite mirar a otro lado y evitar la incómoda necesidad de cambiar patrones de comportamiento que atentan contra nosotros mismos. Da igual si para justificar esa postura tenemos que recurrir a argumentos que insultan a la inteligencia colectiva o a falsas soluciones tecnológicas manifiestamente inviables.
Ante el colapso civilizatorio al que nos lleva nuestro modelo de producción y consumo es más cómodo instalarse en posiciones conspiranoicas sobre virus creados por unas élites perversas que pararse a analizar el papel que juega en la pandemia nuestra dieta hiperproteica procedente de macrogranjas.
Resulta más fácil creerse los mágicos datos del reciclaje y las maravillosas promesas de la economía circular que pararse a pensar cómo nuestro horario laboral nos aliena e impulsa a un consumo insostenible apartándonos de nuestras familias, amigos o, simplemente, robándonos el tiempo que necesitaríamos para sentarnos a leer las etiquetas de lo que llevamos a casa para cenar.
El negacionismo ha llegado para quedarse. Porque es la forma socialmente aceptada de ser ignorante. Disfraza el desconocimiento de éxito y permite al modelo que vivimos perpetuarse sin ser cuestionado. Y si se perpetua y no se cuestiona seguirá avanzando, hasta que todos los procesos de toma de decisiones queden en sus manos y terminen por alejarse totalmente de la realidad en la que vivimos.
Podemos jugar a obviarlas, pero las señales de que estamos colapsando a una velocidad cada vez mayor son más que evidentes. Y sabemos que necesitamos cambiar cosas, empezando por un mayor conocimiento de las consecuencias de nuestro modelo de producción y consumo. Dejemos de blanquear la ignorancia y de fomentar el negacionismo, nos va el planeta en ello.
4 respuestas a «Con el negacionismo blanqueamos la ignorancia»
Excelente análisis Alberto. Bravo. ( aunque es duro y triste su contenido)
Gracias Mari Cruz,
Muy triste, espero que podamos ir haciendo algo al respecto.
Muy buen artículo. El análisis de que llegó la tele antes de que la gente empezara a leer da mucho en el clavo. Alrededor nuestro solo se ve gente que anhela comodidad y placer, solo eso. y poco más.
Gracias por tus palabras Ana.