Quiero empezar aclarando que no soy crítico de cine, lo que viene a continuación no tiene mucho que aportar en ese ámbito. Sí, voy a opinar sobre una película, pero lo que pretendo no es analizarla desde el punto de vista cinematográfico. Este artículo es una reflexión personal de lo que implica la película y su distribución por parte de Netflix.
Personalmente, a pesar del tema que aborda, me parece una película ligerita y entretenida, fácil de ver. Aporta un rato de desconexión, quizá algunas risas y seguro que puede servir para animar alguna que otra conversación. Sí, te estoy animando a verla, pero tampoco quiero crear muchas expectativas: es una comedia apocalíptica basada en la inminente colisión de un cometa contra nuestro planeta. La parte dramática no consigue ni encogerte el corazón, la satírica no te poner de mala leche y la cómica… te arranca algunas sonrisas pero no es desternillante.
Que conste que Diego EcoDiuku la ha puntuado con un 7 en este repaso en su canal de youtube:
Se están haciendo muchos paralelismos entre el cometa (asteroide, meteorito o lo que sea ese objeto cercano) de la película y la crisis climática (hay quienes se atreven a decir que es la mejor película que se ha hecho sobre cambio climático…, sin nombrar siquiera el cambio climático), cosa que viene muy bien para la causa, pero me gustaría profundizar un poco más en la cuestión.
Lo primero sería aclarar si de alguna manera esta película realmente es o no una metáfora sobre cómo se aborda la cuestión de las emisiones de efecto invernadero a nivel político o el modo en que se trata la crisis climática en los medios de comunicación. Hay quien tiene dudas al respecto, por eso es bueno acudir a quienes han participado activamente en el rodaje:
En este sentido creo que la película consigue invitar a la reflexión sobre la comunicación científica en los grandes medios, los procesos de toma de decisiones en política, la gestión de crisis ambientales, la necesidad de filtrar resultados para evitar la presión sobre los científicos o el papel de los intereses de las grandes corporaciones en todos los elementos anteriores. Algún que otro científico climático ha manifestado sentirse identificado.
Pero no podemos perder de vista que Netflix es parte de esas corporaciones, con un modelo de negocio bastante insostenible y más que cuestionable en un escenario de crisis climática. Al menos la organización es consciente del problema, pero su compromiso de reducir en un 45 % las emisiones de alcance 1 y 2 para 2030 es manifiestamente insuficiente en relación al verdadero impacto de su actividad.
Digo esto porque parece que son varios los científicos y profesionales del medio ambiente que están expresando su incomodidad con la analogía entre el impacto del cometa y el cambio climático. Y es normal. La película, a pesar de su carga satírica, tiene que mantenerse dentro de lo políticamente correcto y atender a los intereses del modelo de negocio del que participa.
Y esto es lo que me preocupa. Es complejo pero hay que explicar que el aumento de las emisiones de efecto invernadero no es un cataclismo puntual y que sus consecuencias, que ya estamos sintiendo actualmente, son a medio y largo plazo. También que no tiene una solución que se pueda aplicar en un momento concreto. Por el contrario la emergencia climática requiere de una actuación mantenida en el tiempo con una diversidad de intervenciones que implican reducción de emisiones, mitigación de los efectos causados por lo que hemos estado emitiendo (y seguiremos emitiendo) y adaptación a los cambios que ya hemos provocado.
Tampoco es algo sobrevenido, el cambio climático es antropogénico. Los seres humanos llevamos causándolo desde hace siglos, cada vez a un ritmo mayor. No es una catástrofe inevitable, llevamos décadas sabiendo qué actividades humanas generan emisiones y las consecuencias del aumento creciente de esas emisiones.
Sí es cierto que la colisión del meteorito es un ejemplo muy gráfico y visual para explicar la inacción política ante un problema que se tiene bien documentado. Pero aquí acaba el paralelismo. Y empiezan las dificultades para justificar el papel de la película a la hora de comprender la amenaza que supone el cambio climático.
Me parece interesante la crítica a la meritocracia. La relación entre la presidenta y su jefe de gabinete es clave a lo largo de toda la película, incluyendo la escena post créditos (la del final del todo después de todos los créditos sobre el último hombre vivo). Un poco más sutil es la formación de los distintos personajes. Se cuestiona que la directora de la NASA es anestesióloga y, muy al principio, se dice que el científico no es experto en cometas, lo que no impide que el peso de la comunicación recaiga sobre él y no sobre la doctoranda, especializada en la materia, que hace el descubrimiento.
El siguiente escenario que podemos analizar es el papel de los medios de comunicación. Si bien la película presenta el dilema entre el entretenimiento y la información, materializado en la invitación a contar de forma divertida algo tan grave como la extinción de la vida en la Tierra, no entra en las relaciones de poder. En este ámbito vemos cómo el científico se deja seducir por la erótica del poder y la popularidad, lo que le lleva a participar en la farsa.
De algún modo se aprovecha la ocasión para caricaturizar a la comunidad científica como hombres grises, con una vida triste y ganas de dejarse llevar por el modelo que cuestionan. Y en contraposición no se presenta a una persona íntegra, nos dibujan a una mujer histérica.
Es para hacérselo mirar ¿No podría haber explotado él y haber quedado ella como interlocutora con los medios? Quizá hubiese sido políticamente incorrecto que una mujer científica blanca fuese seducida por un presentador de televisión negro. Lo que tampoco veo que la solución para calmar a la pobre loca sea buscarle un novio. ¿Con poner una mujer al frente del país más poderoso del mundo se resuelve la cuestión de género? Curioso, muy curioso.
Por supuesto es una película norte americana que viene a reforzar el papel de los EE.UU. como salvadores del mundo. No hay tanta banderita ni tanta exaltación (algo hay) del orgullo americano como en otras películas del género, pero sí que se retratan como la última esperanza para salvar el mundo. Que digo yo, que si la cosa era criticar el sistema, igual se podía haber aprovechado un poco mejor.
Pero al final lo que importa es el modelo de consumo. Y así nos meten una gran superficie comercial en el pueblo donde se va a refugiar la protagonista femenina después del bochorno. Y la ponemos de cajera, que no viene a cuento, pero pinta a las corporaciones de la distribución como un buen refugio para cualquiera. Que digo yo que para conocer al macho que la saque de la apatía los podían haber puesto en un huerto urbano, en una biblioteca… qué se yo. Pero casualmente los ponen en un hipermercado “comprando” alcohol. Todo bien.
Por otro lado me preocupa cómo se dibuja la parte de las soluciones. Por un lado se asume que seríamos capaces de hacer algo contra un cometa a punto de impactar contra el planeta y por otro, a pesar de la forma satírica con la que se presenta, la opción tecno optimista queda como la más viable: los ricos y poderosos se salvarían gracias a la tecnología (o a la suerte en caso del último superviviente).
Y resulta curioso que la misma tecnología que no consigue explotar económicamente el meteorito, condenando a la humanidad, es capaz de llevarse a un puñado de privilegiados a otro planeta. Sí es cierto que, si estamos atentos a los números, no todos los que lo intentan se salvarían y, a poco que interpretemos la escena, todos los que llegan al planeta acabarían devorados por los Bronteroc, cosa que se podría haber explicitado en la película, pero que no queda cerrada.
En esta línea se ironiza con la capacidad de la compañía tecnológica Bash para recopilar información de las personas y controlar su destino. Peter Isherwell, el millonario fundador y CEO de la corporación presume de saber cómo van a morir otras personas. Por ello quizá cabría preguntarnos si también tenía conocimiento del fracaso de su plan para explotar el recurso. Y lo que es más siniestro cuando dibujamos paralelismos con los grandes iluminados del momento ¿hasta dónde llega su megalomanía? ¿Están dispuestos a cargarse nuestro planeta y a toda la humanidad con tal de perpetuarse ellos mismos? Piénsenlo, igual su objetivo desde el principio era colonizar otro planeta donde tuviesen el control absoluto, más allá del poder político y económico.
Con todo, la película es muy amable con la parte de “dejar fuera del sistema”. En la realidad cuando alguien lo cuestiona no se encuentra de bruces con una patrulla del F.B.I. irrumpiendo en su vida, sentándolo en un coche con una capucha en la cabella y llevándolo a un lugar en mitad de la nada. Los medios de comunicación saben dejarte fuera del discurso público sin necesidad de eso. Las grandes corporaciones los controlan, quizá con personajes como los que dibuja la película, pero también con una trama de relaciones, que no aparece, entre las empresas, los políticos y los medios.
A pesar de ese esfuerzo de no criticar demasiado el papel de los medios, solo con pequeños guiños sobre la frivolidad de los grandes y la búsqueda de notoriedad de los más pequeños, la película no ha tenido buena aceptación entre ellos. Los científicos la han acogido bastante bien pero los críticos no tanto. Burlarse de la película es parte del juego. Parece una señal de que molesta que se acuse a los periodistas de falta de profesionalidad a la hora de tratar la información científica. Pero es una forma de desviar la atención sobre la cuestión central.
Y es que Netflix podría estar empoderándonos para comprender la complejidad de los desafíos que afronta nuestra especie y la necesidad de adaptar nuestra sociedad a los cambios que vienen. Pero lo que hace es ofrecer entretenimiento dentro de un modelo de consumo concreto.
Todo el mundo puede sentirse identificado con algún personaje y mantener su postura previa al visionado de la película. Por eso no hay grandes risas ni grandes encogimientos de corazón en una película que pretende ser una comedia y que habla de un gran cataclismo. Es importante para que cualquiera pueda verla sin necesidad de que se le remueva nada dentro. Es un producto de consumo. Y no es inocente, como tampoco lo son las producciones de otras plataformas. Buscan perpetuar el modelo de consumo del que forman parte.
No lo voy a hacer, pero por poner un ejemplo, podríamos dedicar una entrada a esa película en la que un humano prefiere a una inteligencia artificial y a un perro que a la posibilidad de relacionarse con otros humanos. Sí, Finch en Apple TV+. Vale que en Amazon Prime Vídeo va a ser más difícil encontrar un personaje que abiertamente cuestione a Jeff Bezos, pero algo se les ocurrirá para tenernos distraídos del impacto de su modelo de negocio. Y para normalizar Siri, Alexa o la tecnología que sea que detecten que causa rechazo entre una parte de su audiencia.
El objetivo no es que pienses o aprendas algo. Se trata de mantenerte suscrito a su servicio, que pagues religiosamente para poder acceder a los contenidos alojados en sus servidores. A ser posible sin pensar en el consumo de recursos que suponen el acceso en línea o los impactos que genera mantenerlos activos permanentemente.
El peligro está en que creas que viendo estas películas sustituyes la lectura. Nos marcan a fuego que lo moderno y lo cómodo es este tipo de contenidos. Y no dudo que lo sea, pero no sustituye al esfuerzo activo de leer.
Si realmente quieres comprender el problema de las emisiones de efecto invernadero y cómo los poderes económicos, políticos y mediáticos han distraído la atención sobre esta cuestión y están aplazando las soluciones que deberíamos estar aplicando hace décadas tienes que leer. Por ejemplo “Perdiendo la Tierra” de Nathaniel Rich o “Y ahora yo qué hago” de Andreu Escrivà. O, si te inquieta la amenaza de las zoonosis como la pandemia por coronavirus que vivimos, que podría ser otra de las analogías con el meteorito de la película, te recomendaría “Llega el monstruo” de Mike Davis.
Lo dicho. “No mires arriba” es una película entretenida a la que merece la pena darle una oportunidad. Quizá contribuya a explicar al gran público el problema que supone trasladar información científica relevante tanto a los poderes políticos como a la opinión pública. Pero es parte del modelo de negocio que dificulta esa comunicación seria y rigurosa que hemos sacrificado en los altares del entretenimiento, el éxito y la popularidad.
Si la ves y consigue atraer tu atención sobre la amenaza del cambio climático no dejes de leer alguno de los libros que te recomiendo un poco más arriba.
2 respuestas a «Hablemos de “No mires arriba”»
Gracias, Alberto, por tus apuntes sobre esta película. Por mi parte, coincido contigo en parte de tus reflexiones. En mi opinión, no es una película sobre Cambio Climático, no es una película sobre científicos ni tan siquiera es una película que cuestione los mecanismos de transmisión de información.
Al Cambio Climático ni se le menciona ni se le espera, pues como bien dices su origen es antropogénico y esto hubiera necesitado de algunos apuntes alusivos. No es una película sobre científicos, puesto que ignora con alevosía el consenso que la producción de conocimiento científico y técnico exige. Y las supuestas notas de rebeldía que a lo sumo dibuja, en cuanto a la crítica de la gestión de la información por parte de los estamentos políticos directivos y de los formadores de opinión pública, quedan desleídos en una superficial y banal comparación entre una estrella mediática y unos señores aguafiestas que invocan a la ciencia.
Me temo que el revuelo del que se ha envuelto el filme no deja de ser otro truco publicitario para vender humo, porque esta película no tiene ni chicha ni limoná. Cámbiame el «metorito» por Godzilla y me sirve el metraje. Saludos
Muchas gracias Cristina,
En el fondo va de eso, una forma de tenernos entretenidos sin dedicar tiempo a lo verdaderamente importante.
Saludos.