Una de las imágenes más icónicas para hablar del cambio climático y sus consecuencias es la del oso polar. Resulta muy ilustrativa de un problema complejo. Las emisiones de efecto invernadero aumentan, inciden sobre la temperatura media de nuestro planeta y alteran la distribución de los hábitats de las especies que vivimos en él. Hasta hacerlos desaparecer.
En los últimos veranos la metáfora llega a la vida cotidiana de los humanos, que buscan refugio para soportar las altas temperaturas, emiten avisos para evitar determinados destinos turísticos o ven cómo la seguridad alimentaria se tambalea a cuenta de un clima cada vez menos predecible.
Pero no basta que la imagen forme parte de la conciencia colectiva. Hay que tomar medidas. A pesar de la existencia de evidencias científicas que vinculan la supervivencia del oso polar y la desaparición de sus hábitats a cuenta del cambio climático, faltaban herramientas para medir el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero en las poblaciones de distintas especies y concretar medidas adecuadas para su protección.
La paradoja la ilustra, de nuevo, el oso polar (Ursus maritimus). En la legislación de especies protegidas de los Estados Unidos se incluyó al oso polar por el riesgo de extinción que afrontaba debido al cambio climático. Pero las medidas de protección no incluían consideraciones relativas a gases de efecto invernadero.
¿Cómo podemos proteger a una especie en peligro por la desaparición de su hábitat debido al cambio climático sin tomar medidas concretas para reducir los gases de efecto invernadero? Las consecuencias, como hemos sabido recientemente para el caso del pingüino emperador (Aptenodytes forsteri) son devastadoras: la pérdida de hielo en momentos críticos lleva a impedir que etapas del ciclo de vida de estas especies se desarrollen. El titular es contundente: El récord de deshielo marino mata a 10.000 polluelos de pingüino emperador en la Antártida.
Pero las medidas requieren algo más que noticias impresionantes o imaginario colectivo. Y eso es lo que viene a aportar un trabajo que cuantifica la relación entre las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero y la evolución de las poblaciones de osos polares.
Este pequeño avance permitirá mejorar la normativa de protección de la especie, introduciendo medidas concretas en relación a las emisiones de efecto invernadero, que hasta ahora no se contemplaban a pesar de estar en el origen del riesgo de extinción que justificaba su protección.
Y no sólo eso. La metodología puede aplicarse a otras especies, como el pingüino emperador, que podrían estar tan amenazadas como el oso polar, así como a otros hábitats (distintos de las masas de hielo) que afectados (incluyendo tierras de cultivo) por las emisiones de efecto invernadero.
Incluso puede convertirse en tendencia y conseguir que en otros países, tal vez España, el cambio climático sea algo más que una coletilla que salpica y acompaña los textos legales sin un contenido concreto vinculante para los agentes responsables de las emisiones de efecto invernadero.
Sí, quizá el oso polar está un poco manido para hablar de cambio climático, pero es un ejemplo que ilustra muy bien el colapso al que nos enfrentamos los humanos a medida que convertimos nuestro planeta en un lugar cada vez menos habitable. Por eso es necesario seguir dando pasos concretos que ayuden al legislador a tener instrumentos que concreten medidas adecuadas para proteger especies y espacios frente al impacto de los gases de efecto invernadero.
La desaparición de los osos polares está claramente relacionada con las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero. Nuestro modelo de producción y consumo es directamente responsable de la desaparición de hábitats y de especies. Y tenemos instrumentos para medir y cuantificar ese impacto.
Es hora de utilizarlos para tomar medidas concretas que nos ayuden a mantener condiciones adecuadas para evitar el colapso de nuestra propia civilización. Y quizá eso pase por evitar la extinción de los osos polares y los pingüinos. Porque da igual la simpatía que le tengamos al oso polar, lo lejos que nos quede de casa o el papel que juegue en el ecosistema en el que vive.
Lo que debería importarnos es el aviso: un planeta con un clima más caliente e inestable es un planeta menos habitable. Para ti también.
Referencia: Steven C. Amstrup Cecilia M. Bitz, Unlock the Endangered Species Act to address GHG emissions.Science381,949-951(2023). DOI: 10.1126/science.adh2280