Una sociedad cada vez más consciente de los impactos que causa en su entorno busca formas de evitarlo y reducirlo. Así, ante la acuciante contaminación por plásticos, sus efectos sobre los ecosistemas que nos dan de comer y nuestra propia salud, hemos puesto este material en el punto de mira.
Pero como consumidores no tenemos muchas alternativas. El tiempo disponible, el poder adquisitivo, la oferta del establecimiento donde hacemos la compra… son factores que condicionan lo que ponemos en el carro y llevamos a nuestra casa.
Quizá preferiríamos comprar todos los productos de alimentación y bebidas a granel, frescos, de temporada, procedentes de cultivos locales y explotaciones ecológicas, regenerativas o qué sé yo. Me lo ponga vegano, sin gluten y sin azúcares añadidos. O algo así. Y reciclable.
Enfrente tenemos a las grandes cadenas de distribución. Su objetivo es claro: vender más y cuanto más caro mejor. Y tienen un aliado que les ayuda a optimizar beneficios: el envase de usar y tirar. Cultivar, procesar y empaquetar allí donde salga mas barato. Vender con anuncios llamativos ¿Qué está de moda? La salud y el medio ambiente. Pues a por ello.
Y nos inundan con mensajes que nos impulsan a llevarnos a casa lo que quiera que sea que hay dentro de paquetes deslumbrantes. Llenos de reclamos que apelan a una compra compulsiva. Mediante cuidadas estrategias, que escapan a la comprensión de la inmensa mayoría de los mortales, nos lanzan información que no somos capaces de procesar, pero que nos suena bien. Sin esto, sin lo otro… seguro que es sanísimo. Un poco más caro, pero saludable: me lo llevo que me sentará bien.
En la parte de medio ambiente el descaro llega a lo absurdo. En la década de 1990 la Unión Europea tuvo que regular el uso de prefijos como “eco-” y “bio-“ ¿Quieren ofrecer productos ecológicos y biológicos? Unifiquemos criterios para asegurar que no están engañando al consumidor concienciado. Ofrezcamos un sistema público y transparente de certificación. El resultado inmediato: a algunos yogures y a algunos zumos -bastante populares en la época en España- se les cayó el “bio” del nombre. O, al menos, la “o”.
¿Un ejemplo concreto? Por supuesto, no vine aquí para hacer amigos: primero fue Biofrutas. Cuando se reguló el uso de “bio” la corporación le cambió el nombre a “Pascual Funciona”. Danone y José Coronado también dejaron de ser BIO. Otro dejó de ser BioSolán para ser BiSolán. Y, para qué disimular si todo cuela, Pascual – se ve que no tenía tirón con el “Funciona”- no se quedó atrás y renombró lo suyo a BiFrutas.
Y al consumidor medio nos da igual. Porque ni hemos leído el reglamento europeo que establece las normas de producción ecológica, ni sabemos qué hay detrás de los sellos que muestran que un productor está cumpliendo los criterios para el etiquetado de productos ecológicos ni terminamos de entender qué diferencia hay entre bi, bio o lo que sea. Ya está José Coronado para convencernos de que se nota, por dentro y por fuera.
Es más, las grandes cadenas de distribución, las que mantienen su modelo de negocio gracias a sistemas insostenibles de explotación de la tierra -y de las personas que trabajan en toda la cadena de valor de sus productos y servicios- empezaron a apoderarse de otros términos no legislados con los que se posicionaban y denostaban lo “ecológico”. Y si es menester encumbrar a divulgadores que hagan llegar a la prensa artículos alineados con esta línea de pensamiento.
El despliegue del greenwashing ha llegado a límites insoportables. Tanto que la Unión Europea está en el proceso de legislar el uso de la palabra sostenibilidad.
El problema, que me disperso, eran los envases de usar y tirar. Y tiene una solución muy fácil: comercio a granel y envases reutilizables. Aplazar medidas en esta dirección, que quizá pasen por algunas para conciliar vida personal y laboral, es hacernos trampas al solitario.
Y la industria del envase de usar y tirar, que nunca pierde, está dispuesta a echarnos una mano en este sentido. Su última jugada (apoyada en los mismos que avalaban patéticos estudios sobre el coste de los sistemas de depósito, devolución y retorno), son los certificados de reciclabilidad de envases: plástico multicapa caca. Si quita las pegatinas vale. Y si va en lata mejor. Pero de usar y tirar, reciclable. No pidas reutilizable que nos viene mal.
La cuestión con los residuos de envases es clara: todos son reciclables pero no se reciclan. Y no se reciclan porque:
- es más rentable fabricarlos a partir de materias nuevas;
- hacen falta costosos sistemas de recogida para llevarlos a caros sistemas de clasificación;
- los procesos de recuperación no son baratos;
- conseguir materias primas de calidad a partir de residuos requiere de una inversión importante.
Así, la evidencia científica dice que apenas un 15 % de los residuos de envases de plástico se recuperan para reciclar (evidentemente son algunos menos los que efectivamente se convierten en materias primas y todavía menos los que se utilizan para fabricar el producto original).
Y los estudios indican que eso es así porque envasadores y distribuidores de envases no están contribuyendo todo lo que deberían a costear la recogida y tratamiento de los residuos de los envases que ponen en el mercado.
¿Qué podemos hacer los consumidores? Poco o muy poco. Lo ideal sería, vuelo sobre mis palabras, comprar productos a granel en envases reutilizables. Pero las posibilidades de hacerlo son muy limitadas. Bien por los horarios que nos imponen las empresas de las que ingresamos para poder comprar, bien por la oferta de las corporaciones a las que acudimos a gastarnos el salario.
¿Aporta algo un nuevo sello sobre reciclabilidad estampado en una etiqueta llena reclamos, afirmaciones y certificaciones que difícilmente sabríamos identificar o interpretar? No.
Y mucho menos cuando el sello viene de la mano de una entidad privada que se debe a sus clientes, que no son los consumidores. O cuando se utilizan unos criterios que quedan ocultos bajo el secreto comercial o cualquier otra excusa que nos impide la necesaria transparencia que nos ayudaría a saber qué se está certificando.
¿De qué me sirve un sello de reciclabilidad impreso en un envase si no puedo elegir? Como consumidor soy cautivo de las decisiones empresariales que han tomado envasadores y distribuidores de producto envasado.
Con algo de esfuerzo y un poco de sacrificio por mi parte puedo hacer parte de la compra fuera de una gran superficie comercial. O encontrar alternativas para cosas concretas. Pero la mayoría de los productos están a mi disposición en el envase y el formato que más le conviene a envasadores y distribuidores: leche en brik, refresco en lata, salsas en monodosis… por supuesto, todo en nombre de mi comodidad. De las molestias que causan a mi sistema endocrino los bisfenoles, ftalatos y otros plastificantes que amenazan a mi salud desde los envases y los recubrimientos interiores de las latas de bebidas y de las conservas no hablamos.
¿Me sirve de algo saber la «reciclabilidad real» de un envase si no puedo saber cuántos de los que se comercializaron se han recogido o cuántos de estos finalmente acabarán convertidos en materia prima?
La «reciclabilidad» es una trampa que se olvida de lo que importa: la prevención, la reutilización y la conversión del residuo en nuevas materias primas. Muy bien envase, eres reciclable ¿hay contenedores amarillos suficientes para recogerte a ti y a todos los que lleváis el sello impreso? Por cuántos de los que sí se recojan acabarán ardiendo en un recuperador homologado mejor no preguntamos.
Como las marcas nos mienten diciendo que ponen en el mercado envases reciclables vamos a cobrarles un canon para oficializar la mentira. El que yo diga sí es realmente reciclable, los otros que inventen su sistema de certificación para decir que son… lo que quiera que les ayude a vender más.
Sí, quizá tendría sentido una metodología estandarizada que permitiese a los fabricantes comparar distintas opciones a la hora de elegir sus envases. Hay varias. Una de ellas se llama análisis de ciclo de vida y da resultados muy diferentes cuando se utiliza de un lado o de otro de la barrera: cuando quiero mejorar un proceso da un resultado, cuando es para hacerme la foto para vender más da otro. Muy curioso.
A los que les viene muy bien el sello de reciclabilidad es a los distribuidores de producto envasado: es una estrategia (cocinada a fuego lento) para seguir aplazando medidas reales destinadas a limitar el uso del envase de usar y tirar. Medidas que tendrán que llegar más pronto que tarde, pero que de momento no convienen a algunos agentes en la cadena de valor del envase.
Agentes que tienen poder económico y político para imponer sus intereses particulares y marcar la agenda en contra del interés general, de la salud de las personas y del medio ambiente. Por supuesto, se necesitan compañeros de viaje dispuestos a hacerse la foto y un poco de oportunismo. Pero lo tienen bien calculado.
No necesitamos un sello de reciclabilidad de envases. Sí nos vendrían bien políticos que se animasen a promocionar el comercio de proximidad, la producción local y los instrumentos públicos de certificación. Que nos dieran a conocer el reglamento europeo de producción ecológica antes de ponerse en la foto del sello de reciclabilidad de la industria del envase de usar y tirar.
Necesitamos que se cumpla y se haga cumplir el principio de responsabilidad ampliada del productor consagrado en la legislación de residuos. Que envasadores y distribuidores de producto envasado asuman los costes que generan sus residuos de envases en los sistemas de recogida, en los servicios de limpieza y en las plantas de clasificación. El día que eso ocurra el mercado tendrá una señal clara y empezaremos a ver cambios en la oferta de productos y en la forma de envasarlos.
Mientras tanto pasará como con la etiqueta ecológicas. Si no sabemos qué implica el precio de compra seguirá siendo el principal criterio de decisión. Ya se encargan los colores y las campañas de publicidad de anestesiar mi conciencia y avalar la pertinencia de mi compra.
3 respuestas a «No necesitábamos un sello de reciclabilidad de envases»
Un artículo excelente.
Leerte es un placer agridulce. Por un lado, me encanta leer (escuchar, que después de haberte conocido en persona, resuena tu voz contándomelo) una opinión tan bien fundamentada y contrastada después de pasar toda mañana entre adolescentes, con la insensatez propia de su edad, intentando que aumenten un mínimo su pensamiento crítico.
Por otro, la rabia del monopolio del dinero frente a cualquier cosa y cómo la comodidad de la mayoría de gente que me rodea sin duda puede más y avala el comportamiento que denuncias de las grandes empresas envasadoras.
Seguiremos promocionando esas medidas de SOSTENIBILIDAD que sí funcionan e intentando dejar esa miguita de conciencia medioambiental por donde sea posible.
Un abrazo
Muchas gracias Lara.
Es complejo y la clave está en esas «miguitas»: pequeñas y poderosas semillas que se van dispersando. Algunas florecerán.
Sigamos sembrado.
Un abrazo.