Después de un fenómeno climático extremo dan igual los chistes sobre vasos de plástico del gurú de las finanzas, las chanzas del CEO de la petrolera o las acusaciones de alarmismo desde la tertulia televisiva. Toca hacer balance de daños. Y sería bueno sacar algún aprendizaje a futuro.
El cambio climático es una realidad tangible sobre la que se viene investigando desde hace décadas. Y sobre la que hay un amplio conocimiento científico. Un conocimiento que incluye cierta incertidumbre. Y certezas que no se pueden obviar.
Una sequía extrema complica el acceso al agua potable. Pone en jaque los cultivos de los que nos alimentamos. Afecta a los ecosistemas que hacen posible nuestra existencia. Es un factor de riesgo para incendios cada vez difíciles de controlar. Y que arrasan con todo lo que pillan: bosques, campos de cultivo, viviendas…
Cada lluvia torrencial extrema pone de manifiesto todos y cada uno de los errores de ordenación del territorio que cualquier ambientólogo que se precie ha estudiado durante su formación universitaria. Disponemos de legislación e instrumentos de planificación que deberían ayudarnos a tomar decisiones racionales. Pero parece que no supiéramos hacerlo. Polígonos industriales inundados, infraestructuras arrasadas, viviendas anegadas.
El cambio climático va, en lo que nos toca más cerca, de eso:
- De los costes que implica la pérdida de la playa y el paseo marítimo por el lento e inexorable aumento del nivel del mar.
- Del precio de volver a construir el puente arrasado por una crecida que era improbable, estadísticamente y con datos históricos, pero nos puede volver a tocar en cualquier momento.
- De achicar el agua y reponer el género estropeado en los pequeños comercios.
- De las jornadas de trabajo perdidas por el impacto de la lluvia torrencial sobre polígonos industriales instalados en la vega de los ríos.
- De los vehículos, los contenedores de basura y las instalaciones municipales arrastrados calle abajo.
- De los daños y la pérdida de producción de cultivos sometidos periódicamente a sequías, granizadas y lluvias torrenciales.
- De las personas muertas y desaparecidas en crecidas inesperadas.
- De la angustia y la incertidumbre de un clima que ha perdido la estabilidad que permitió la aparición y el desarrollo de nuestra civilización.
Va de demostrar las políticas de responsabilidad corporativa. ¿Estamos asumiendo que nuestro modelo de negocio tiene consecuencias que implican daños materiales, humanos y jornadas de trabajo perdidas? ¿Cómo quedan en las memorias de sostenibilidad las fotos de las infraestructuras dañadas, los polígonos inundados o las decenas de personas fallecidas a causa de fenómenos cada vez más extremos y cada vez más frecuentes?
De plantearse seriamente por qué mantenemos centros de trabajo abiertos ante alertas meteorológicas. Pero también de preguntarse si vamos a seguir regando con dinero público a quienes toman decisiones que no incluyen las consecuencias de su propia actividad sobre el clima. O a quienes no tienen en cuenta el clima a la hora de tramitar o autorizar edificaciones e infraestructuras.
No es una cuestión de falta de legislación. Tenemos normativa para aburrir. La hay sobre legislación de planificación territorial, zonas inundables, urbanismo, edificación… Incluso para evitar la muerte de trabajadores en sus centros de trabajo. Lo que no hay son personas para inspeccionar su cumplimiento, investigar las infracciones e imponer las sanciones correspondientes ¿Cuál es la ratio empresas / inspectores de trabajo? ¿Agentes ambientales? ¿Personal del SEPRONA?
El problema es que la formación y la concienciación de trabajadores y sociedad está en manos de quienes tienen el poder de seguir operando como si el clima no fuese un elemento determinante. Así, en lugar de información y exigencia de responsabilidades a quienes autorizan lo que no se debería autorizar tenemos testimonios y desinformación.
Cada vez es más evidente que quien toma las decisiones es quien instala las empresas en la vega de los ríos. Con la complicidad del alcalde que autoriza, el responsable autonómico que da el visto bueno y los medios que lo bendicen todo con una buena sesión de fotos.
En vez de revisar el modelo de producción y consumo seguimos cediendo terreno a los grandes fondos de inversión: entidades que buscan una rentabilidad etérea y a las que les importa entre poco o nada la realidad tangible del cambio climático. Ganan destruyendo espacios de alto valor ecológico para colocar allí la macro instalación más rentable del momento. Ganan reconstruyendo el paseo marítimo o la carretera arrasada por las lluvias. Ganan con la vacuna para la próxima zoonosis y con el modelo agroindustrial del que sale el virus que la provoca. Ganan con las dotaciones de medios de extinción y ganan con el tránsito de producto envasados en plástico de usar y tirar a lo largo y ancho del planeta.
Les da igual si tus viñas siguen bien después de la lluvia torrencial o si has perdido tu casa. Ellos ganan si tienes que reponer el coche, el frigorífico y cuando organizas el velatorio por un familiar arrastrado por la riada.
También deciden quién toma las decisiones ambientales y en qué sentido debe tomarlas. Tienen recursos para poner y quitar. Medios de comunicación con los que manipular a la población, personajes que moldean la opinión pública y herramientas sociales con las que manejar los procesos electorales. Hay personas especializadas en dejarse llevar por la cuerda: de esta empresa a este ministerio y de aquí a esta institución europea, que pagan mejor. Personas que cuentan con el apoyo de las corporaciones para desarrollar su carrera profesional.
Gente capaz de mentirte a la cara mientras pide tu apoyo a una campaña con la que desviar la atención sobre el problema y las soluciones que deberíamos haber puesto en marcha.
¿El clima? Saca a un político haciendo un chiste sobre los tapones de las botellas para entretener a la gente en debates estériles sobre falsas soluciones.
¿Seguimos riendo la gracia a los negacionistas y a las corporaciones que los apoyan?
La ciencia es clara y las peores previsiones se están cumpliendo: fenómenos meteorológicos cada vez más extremos y más frecuentes. En la latitud desde la que escribo más sequías y más lluvias torrenciales. Cada vez peores unas y otras.
Lo que no podemos perder de vista es que, a pesar de que llevamos décadas sabiendo que esto viene para repetirse con más frecuencia y más catastróficamente, no estamos haciendo nada relevante por evitarlo, ni por mitigarlo, ni por adaptarnos a ello.
Una respuesta a «El cambio climático va de esto.»
Después de la DANA de Valencia yo vi clarísimo algo que venía sospechando, pero que las imagines terroríficas de esos días puso en evidencia de manera escalofriante. Tú lo has presentado en este artículo de manera prístina, tanto que resulta doloroso: ellos ganan, ganan siempre.
Y por eso no hacen nada para mitigar el cambio climático, porque ellos siempre ganan y nosotros somos los que perdemos.
Se comprende de sobra quiénes son ellos: los ricos. Nosotros somos la gente de a pie.
Los muertos: gente de a pie (sí, y algún conocido empresario). Las personas que tuvieron que luchar contra los elementos para regresar a casa, gente de a pie. Las viviendas destruidas, las de gente de a pie. Los coches arrastrados, los de gente de a pie.
Gente de a pie a la que le va a costar rehacerse del golpe: reconstruir sus viviendas, reabrir sus negocios, comprar otro coche. Y gente de a pie la que paga impuestos para que ahora se les pueda dar una ayuda a nuestros conciudadanos (que todos sabemos que no será suficiente), para que haya bomberos y policía, para que se construyan y reconstruyan las infraestructuras destruidas.
Los ricos ahora ganarán un poco más con la reconstrucción. Y harán ingeniería fiscal, cuando no directamente fraude, para no pagar impuestos. Porque el cambio climático es también una cuestión de extracción de riqueza.
Así que a los que somos gente de a pie debería preocuparnos el cambio climático. Y mucho.
P.S.: Eat the rich.