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Límites planetarios, puntos de inflexión y ODS.

Algunas veces resulta difícil entender los mensajes que nos hablan de la salud del planeta que compartimos: Objetivos de Desarrollo Sostenible, límites planetarios, puntos de inflexión climática… suenan parecido pero no son lo mismo. Y nos pueden llevar a confusión ¿Cómo que hemos superado el primer punto de no retorno? ¿Pero no habíamos sobrepasado 7 de los 9 límites planetarios? Vamos al lío.

El aumento de los impactos de nuestro modelo de producción y consumo requiere de herramientas para medir las consecuencias a medio y largo plazo. Indicadores como la disminución de la biodiversidad, el aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, la mayor frecuencia de eventos climáticos extremos, la creciente pérdida de suelo fértil… son parámetros que llevan tiempo preocupando a las personas que investigan la salud del planeta. Y, cada vez más, a las que investigan la salud de las personas.

En ciudades con peor calidad del aire aumentan los problemas respiratorios de la población. La contaminación industrial nos acaba llegando en forma de metales pesados en el pescado que comemos. La producción de carne barata en macrogranjas acaba afectando a la disponibilidad de agua potable. Los microplásticos llegan a todas las partes del cuerpo humano que se analicen.

¿Hasta dónde podemos seguir produciendo como lo hacemos sin poner en peligro nuestra propia supervivencia?

Los límites planetarios son una propuesta, formulada en 2009, para ilustrar unos márgenes seguros para el desarrollo humano. Poco a poco se han ido analizando 9 límites indicadores de la capacidad del planeta para mantener nuestro modelo de vida actual. Resulta que en 2025 sabemos que hemos superado 7 de los 9 límites planetarios. ¡Ojo! No es que la Tierra o el planeta haya superado estos límites. Es nuestra especie, la humanidad, quien los supera. El planeta seguirá funcionando con o sin personas que lo habiten cómodamente.

¿Qué son los límites planetarios? ¿Cómo es posible superarlos y seguir como si no pasase nada? Esta cuestión la abordan muy bien Pablo Servigne y Rahaël Stevens en “Colapsología” (libro de imprescindible lectura para cualquiera que tenga un mínimo de interés en el futuro, quiera saber algo sobre decrecimiento o entender qué es eso del colapso y afines).

“La simple —simplista incluso— metáfora del vehículo resulta muy útil para diferenciar claramente los distintos «problemas» (o «crisis») a los que nos enfrentamos. De ella se infiere que existen dos tipos de límite, concretamente, que existen los límites (limits) y las fronteras (boundaries). Los primeros son infranqueables porque se topan contra las leyes de la termodinámica: es el problema del depósito de gasolina. Las segundas son franqueables, pero no menos traicioneras, porque son invisibles y no nos damos cuenta de que las hemos traspasado hasta que ya es demasiado tarde. Se corresponden con el problema de la velocidad y del manejo del vehículo.”

“Además de los límites infranqueables que impiden físicamente que cualquier sistema económico crezca hasta el infinito, existen unas «fronteras» invisibles, borrosas y difícilmente previsibles. Son umbrales más allá de los cuales los sistemas de los que dependemos, como el clima, los ecosistemas o los grandes ciclos biogeoquímicos de la Tierra, se desestabilizan. Es posible traspasarlos, pero las consecuencias no son menos catastróficas. Por eso, en este caso la metáfora de la pared no es de gran utilidad. Representaremos estos umbrales con los bordes de la carretera, más allá de los cuales el vehículo saldría de una zona de estabilidad y se enfrentaría a obstáculos impredecibles.”

Los límites planetarios -también los puntos de inflexión- funcionan de esta manera. Son como circular superando el límite de velocidad. En principio no pasa nada. Vas por una carretera limitada a 90 Km/h y pones tu coche a 140, 180… 200 Km/h Todo va bien hasta el momento que tienes que tomar una curva y algo falla. Otro límite podría ser pasar la ITV físicamente no te impide conducir, pero resulta que la dirección (o los frenos, o ambos) no responden cuando estás llegando a esa curva a 200 Km/h. Pierdes el control del coche, sales de la carretera y el resultado puede ser catastrófico.

Esos son los límites planetarios: un conjunto de parámetros dentro de los cuales nuestra sociedad puede funcionar de forma segura. Se estudian factores relacionados con:

  • Clima.
  • Acidificación de los océanos.
  • Capa de ozono.
  • Ciclo del nitrógeno y fósforo.
  • Uso del agua.
  • Deforestación y otros cambios de uso del suelo.
  • Pérdida de biodiversidad.
  • Contaminación de partículas en atmósfera.
  • Contaminación química.

Y de esos 9 parámetros en 7 estamos operando fuera de los límites evaluados como seguros.

The 2025 update to the Planetary boundaries. Licensed under CC BY-NC-ND 3.0. Credit:

Mientras no lleguemos a la curva o no tengamos que utilizar el freno no vamos mal. Pero el freno… Solía funcionar bien. En la década de 1970 nos dimos cuenta de que había un problema con la capa de ozono. Se estaba adelgazando preocupantemente. Y su función es imprescindible para la vida en el planeta: reduce significativamente la cantidad de radiación ultravioleta que recibimos. La disminución de la capa de ozono implica, entre otros, un aumento de los casos de cáncer de piel y de dolencias oculares como cataratas prematuras. Pero la desaparición de la capa de ozono podría llegar a suponer la extinción de gran parte de las formas de vida del planeta incluida nuestra especie.

Así, en la década de 1980 tocó pisar el pedal de freno. El Protocolo de Montreal supuso una herramienta para reducir el impacto de la humanidad: prohibición de las emisiones de gases que afectan a la capa de ozono. La medida hubo de sufrir algunos ajustes y revisiones pero, pese a algunos baches, se puede decir que seguimos circulando en la dirección correcta. La capa de ozono se va recuperando, poco a poco, y tenemos un mecanismo legal bastante eficaz para su protección.

Pero quizá no podemos seguir confiando en los frenos. Otro problema, cada vez más acuciante, es el aumento de las emisiones de efecto invernadero. La concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera es un asunto que inquieta a la humanidad desde hace tiempo. Pero desde que tenemos mediciones sistemáticas la cuestión es acuciante. Casi la quinta parte del CO2 de la atmósfera actual se ha emitido desde que yo nací. En 1978 había unas 335 partes por millón y a día de hoy superamos las 425 ppm.

Por poner el dato en contexto, durante la mayor parte de la historia de la humanidad el dato no había superado las 300 ppm. Personajes como James Lovelok avisan de que si el nivel de CO2 alcanza 500 ppm la superficie terrestre se transformaría en desierto y sabana, quedando la civilización reducida a algunos millones de personas en la cuenca ártica de Groenlandia (unos visionarios los del grupo ZombiesY yo te buscaré en Groenlandia”).

En esta cuestión se lleva buscando el freno desde, al menos, 1997. El Protocolo de Kioto venía a ser un nuevo mecanismo para reducir la velocidad, en este caso de las emisiones de efecto invernadero. En 2015 se fija la velocidad objetivo en el Acuerdo de París: el aumento de la temperatura no debe superar 2ºC y debería quedarse, como máximo, en 1,5ºC Pero, a falta de confirmación durante un largo periodo de tiempo, ya tenemos un año en el que la media supera 1,5ºC. Comprobamos que el freno no responde circulando por encima del límite de velocidad.

Esto nos lleva a los puntos de inflexión: umbrales críticos que, traspasados, nos llevan a cambios significativos en el sistema climático. Y a los puntos de no retorno: impactos que, superados ciertos puntos de inflexión, resultan inevitables e irreversibles a escala global con modificaciones del clima a largo plazo.

Las alarmas llevan tiempo sonando. Y lo hacen cada vez más fuerte. Ahora somos conscientes de que estamos rebasando el primero de los puntos de inflexión: la desaparición de los arrecifes de coral de aguas cálidas, condenados a una mortalidad masiva por la contaminación humana.

Es un punto de inflexión porque estos arrecifes de coral, condenados a desaparecer, son el sustento de una cuarta parte de la biodiversidad marina y de casi mil millones de personas.

La cuestión es que a medida que siga aumentando la concentración de gases de efecto invernadero seguiremos superando puntos de inflexión que harán que la vida en nuestro planeta sea cada vez más difícil.

No es un escenario de “vamos a morir todos”. Es, como estamos viviendo, un aumento en la frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos extremos. Con consecuencias sobre nuestro día a día. Solamente en nuestro entorno podemos ver que las lluvias torrenciales son cada vez más frecuentes.

No es solo la molestia a los vecinos que, cada vez más frecuentemente, tendrán que achicar agua de sótanos y garajes. No son las pérdidas de los campos de cultivo afectados por sequías, granizadas o inundaciones más frecuentes. O de los titulares de chiringuitos en playas que desaparecen con cada temporal.

Es la necesidad de preparar estrategias para un escenario donde la inversión en el mantenimiento y la reposición de infraestructuras expuestas a estos fenómenos climáticos cada vez va a ser mayor. De garantizar alimentos ante un clima cambiante que no garantiza la producción agraria industrial a la que nos venimos confiando. De plantearnos horarios y formas de trabajo ante olas de calor cada vez más largas y frecuentes.

Son varios los grupos de investigación trabajando en puntos de inflexión relacionados con aspectos que van desde la conservación de la biodiversidad a la seguridad alimentaria. Desde el punto de vista climático, los puntos de inflexión que identifica el IPCC, tienen que ver con:

  • Pérdida de hielo ártico.
  • La desaparición de la tundra.
  • El deshielo del permafrost.
  • La alteración de los sistemas monzónicos.
  • Transformación regresiva de las selvas del Amazonas en sabana.
  • Desaparición de los bosques boreales.
  • Olas de calor con impacto creciente sobre la salud humana.
  • Disminución de la productividad de sistemas agrícolas básicos.
  • Dificultades para la ganadería en regiones tropicales y subtropicales.

Ante este escenario tenemos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Muestran la ruta a seguir para que todas las personas que habitamos el planeta podamos seguir haciéndolo a medio y largo plazo. Deberían orientar las decisiones de los gobiernos y las inversiones de las corporaciones transnacionales de modo que, pese a los cambios que seguirán ocurriendo, todas las personas podamos comer, recibir atención sanitaria y, en definitiva, tener una calidad de vida compatible con un planeta habitable.

Los ODS cubren todos los ámbitos, desde la alimentación a la educación, el modelo de producción y consumo o la protección de ecosistemas terrestres y acuáticos. Incluyendo aspectos como la paz o la igualdad de derechos, la energía no contaminante o el acceso al agua potable. Tampoco vamos muy bien en la consecución de estos ODS, que se formularon después de no haber alcanzado los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

La cuestión es que el ser humano ha superado la capacidad de nuestro planeta para mantener el nivel de vida y el ritmo de producción actual. No es viable seguir así y cada vez se evidencian más los impactos, incluso con la superación de los puntos de inflexión que los científicos llevan tiempo identificando como peligrosos.

En el lado positivo tenemos ejemplos, como el Protocolo de Montreal o los ODS, de que la humanidad puede acordar mecanismos para reducir los impactos y garantizar unas condiciones de vida dignas para todas las personas que compartimos este planeta.

Espero que estas palabras te ayuden a entender la diferencia entre límites planetarios, puntos de inflexión y situaciones de no retorno. Y que el planeta no se va a la mierda. Lo que se reduce -con cada nuevo aumento de la concentración de gases de efecto invernadero, con cada límite superado, con cada punto de inflexión alcanzado- es nuestra propia capacidad de vivir con la calidad de vida que habíamos alcanzado hasta ahora.

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